La Estrategia de los EE. UU. en Afganistán.

Introducción.

En la etapa actual de la guerra de Afganistán, cuando los rebeldes fundamentalistas islamistas están extendiendo sus ramificaciones e influencias fuera de sus territorios habituales pashtunes y baluchis, los estadounidenses están discutiendo al más alto nivel sus objetivos estratégicos y operativos de esta ya larga campaña.

La estrategia nacional (llamada también “gran estrategia” hasta la década de los años treinta del pasado siglo) trata de la definición de los grandes objetivos de una guerra. En su consecución se incorporan todos los recursos del estado. Es decir, la economía, la diplomacia, la propia sociedad y los medios militares. La estrategia militar, como parte de aquélla, define los objetivos de un teatro de operaciones, de una campaña, y asigna los medios militares, generalmente escasos y aún poco suficientes, que recibe del estado para alcanzarlos.

La táctica se dedica a la preparación y a la realización óptima y favorable de los combates, frente a un enemigo que se opone por medios violentos al logro de los objetivos estratégicos propios. Entre ambos niveles de actuación militar, existe un “espacio de actividad” eminente y esencialmente práctico, llamado nivel operativo o estrategia operativa. Su misión es optimizar los empleos de las tácticas y de los medios disponibles en la campaña o el teatro de operaciones. Para ello, define y conceptualiza las marchas, las batallas, etc., es decir, tanto las operaciones militares como su correcta sucesión en tiempo y lugar, buscando el cumplimiento de los objetivos militares decisivos.

Uno de los problemas de la estrategia en Afganistán de los estadounidenses es que para ellos, el dinero es una cuestión estratégica secundaria, evidente y bastante fácil de dar. Y generalmente siempre ha sido así. En la II Guerra Mundial sufragaron en parte los esfuerzos de guerra de otras naciones aliadas. En IraK compraron clanes sunníes, con soldadas y contribuciones a fondo perdido, para alejarlos de Al-Qaida y de la rebelión promovida por el Partido Baaz y por los funcionarios y militares iraquíes despedidos en masa, sin más, por el incompetente Paul Bremer. En Vietnam apuntalaron durante años el régimen del Sur, incapaz de entusiasmar y arrastrar a su pueblo a la defensa firme y comprometida de un régimen libre nacionalista democrático (con todos sus defectos de gestación y parto), sobre el que pesó la incapacidad y la falta de probidad de sus políticos.

Otro de los problemas de la estrategia estadounidense en Afganistán es su repugnancia civil y nacional a pagar el “precio de sangre” necesario para actuar militarmente, con contundencia, decisión y eficacia en los niveles de sección, pelotón, equipo o team y hombre, en una guerra irregular. Precio de sangre que es inevitable en cualquier guerra. Y que es menor de lo que la “percepción sesgada por el temor” vaticina y amenaza. Porque tratándose de una “guerra de guerrillas” (le llaman ahora pomposamente de “cuarta generación” o asimétrica), contra rebeldes armados, el “precio de sangre” nunca será tan alto como en una guerra de tercera generación, contra un ejército moderno, tecnificado y mecanizado, que maneje bien la estrategia operativa.

Tampoco los estadounidenses tienen un compromiso permanente e indefinido, el marchamo del buen aliado, con el régimen político afgano. Que es un rompecabezas incoherente de intereses tribales y personales, aglutinado por el poder que hoy detentan y se reparten. Tampoco se puede “impregnar” en su totalidad y sin más, una democracia inorgánica occidental en un país musulmán con una estructura social antigua y firme, pero poco evolucionada. Sin principios y formas liberales en su idiosincrasia (esto no se adquiere con unas inyecciones de “liberalismo forte”) los dirigentes y jefes populares utilizarán los nuevos mecanismos de poder que se les ofrezcan para aumentar su influencia y beneficio, en la sociedad supuestamente moderna y libre, pero inarticulada. Aquí, el principio de fondo es que una democracia islámica (basada en la Umma, el Corán, la sunna del Profeta y la Sharia o el conjunto de leyes penales y civiles basadas en ellos) no es igual a una democracia liberal.

Un problema importante de la estrategia en Afganistán de los EE.UU. es su falta de cercanía y de compromiso con el pueblo afgano. Que percibe a los “extranjeros infieles armados” en su territorio, como algo temporal, relativo, ajeno, dañino y superpuesto a sus intereses y necesidades cotidianas, familiares, tribales, culturales y religiosas, por este orden. Solamente algunos británicos consiguieron, a título personal, ser aceptados, respetados y estimados por los pashtunes y baluchis. Era la época del Imperio de la India británica y de la ominosamente famosa Frontera del Noroeste, con Afganistán. En una etapa histórica lejana, cuyos acontecimientos discurrían a una menor velocidad que hoy en día, los “turnos de servicio” (“military tours of duty”) en ultramar duraban algunos años.

Entonces, con el tiempo, algunas figuras extranjeras, que verdaderamente se integraban y trabajaban en el ambiente tribal, consiguieron su inmersión personal con los pashtunes y baluchis. Eran individuos que exhibían las cualidades de sobriedad, resistencia, respeto, valentía, justicia y benevolencia, que el Pashtunwalli o código de conducta y honor de las tribus, apreciaba y promovía, a su estilo. Y que actuaron generalmente como oficiales de las fuerzas indígenas de infantería ligera. Que fueron reclutadas al oeste del valle del Indo, en las estribaciones de las cadenas montañosas fronterizas. Y que se empleaban por los británicos para contener a las tribus más indómitas o belicosas en sus zonas tribales. O para castigarlas con incursiones punitivas y exacciones de multas, por sus desmanes o abusos, que realizaban generalmente fuera de aquéllas. Las soldadas percibidas por estos pashtunes movilizados suponían: unos ingresos importantes para sus tribus, dada su economía de subsistencia o de rapiña, y un status social privilegiado para ellos, en sus familias y clanes. La lealtad de estos pashtunes a su uniforme y a sus jefes británicos fue constante y ejemplar.

Un problema no menor de la estrategia de los EE.UU. en Afganistán es que carecen de un “liderazgo socio militar proyectado”, de una figura dirigente que les ofrezca iniciativa, esfuerzo, sudor y lágrimas para defender por unos años decisivos, una causa que sea aceptada por la mayoría del pueblo estadounidense. No olvidemos que se actuó en Afganistán para derrocar al régimen reaccionario, retrógrado e hiperintegrista, que daba cobijo, amparo y apoyo a la cúpula intelectual e inspiradora de Al-Qaida: el árabe internacionalista islámico Bin Laden, su especie de “consejero delegado”, el médico egipcio Al-Zawahiri, y su “Corte” del terror contra Occidente y contra la mayoría de los regímenes islámicos establecidos. Y que la doctrina Bush estableció, quizás sin ser explicada bien ni aceptada  popularmente, que esas “asymmetrical wars” (irregulares y con bajo nivel de equipamiento militar) se sostenían y eran necesarias, para alejar de los territorios estadounidense y de sus aliados, las amenazas del terrorismo foráneo fundamentalista de cualquier origen, religión o ideología.

La Situación Actual.

Según definió el “New York Times” a mediados de Octubre pasado, el “resident pessimism”, en relación con la guerra en Afganistán, se ha asentado en la Casa Blanca y en el Consejo Nacional de Defensa. Quiere decir algo así como un “pesimismo duradero” para evaluar y decidir la estrategia de los EE.UU. en Afgannistán.

El general de ejército Stanley McChrystal, al mando de las fuerzas en el teatro de operaciones, en un informe de 66 páginas presentado en Septiembre pasado, reclamaba al menos unos 40 mil soldados más, para poder ir imponiéndose al enemigo en armas. La cúpula del Pentágono apoya este refuerzo. Sin embargo, otras personas o agencias estadounidenses suponen que será necesario incrementar las fuerzas en presencia en dicho teatro hasta casi el doble de las actuales. Es decir, sólo podrían ir controlando y venciendo a los insurgentes, si desde los 68 mil hombres actuales pasan a contar con unos 130 mil y en el plazo de un año.

Para ello hay que considerar las necesidades logísticas de un ejército moderno, muy tecnificado, equipado y mecanizado, como el estadounidense. Que se concretan y satisfacen con un flujo constante de equipos, repuestos, consumibles, armamentos, municiones, combustibles, vehículos, hombres y unidades militares. Logística que es soportada por una red de almacenes regionales y locales y una flota de vehículos pesados de larga distancia y ligeros de reparto, hasta los puntos de recogida de las pequeñas unidades. La capacidad de las infraestructuras de Afganistán no puede sostener un despliegue logístico de tantos hombres en un plazo de sólo 9 meses (listos para la próxima campaña primavera verano, cuando las operaciones vuelven a retomarse).

El enviado especial del presidente Obama para la evaluación de la situación en Afganistán, Richard Hollbrooke, ha señalado en un informe que existe actualmente el peligro de disponer de “medios militares insuficientes” en la montañosa zona de la frontera afgano pakistaní. Esto quiere decir que las “zonas bases madres” de los talibanes y de Al-Qaida estarían en esta etapa poco acosadas militarmente. Y con capacidad libre para extender su actividad hacia el norte de Afganistán.

El influyente vicepresidente Joseph Biden no es partidario de incrementar las fuerzas, sino de seleccionar y diferenciar los objetivos militares insurgentes. Así, mediante las diferentes fuerzas especiales terrestres, internándose en “long range combat patrols”, los aviones no tripulados y los bombardeos selectivos con bombas guiadas, atacar a las guerrillas de Al-Qaida en las zonas montañosas pashtunes al este y sureste de Afganistán. Si el problema fuese sólo militar (por tratarse de unas bandas de narcotraficantes o de ladrones) y si las células de Al-Qaida no fueran miscibles con los grupos talibanes, en cuanto a apoyos, información, logística y blancos de oportunidad, esta estrategia selectiva y constreñida tendría un “chance”.

Resulta interesante considerar que Joe Biden fue elegido por Barack Obama para su “ticket electoral”, por sus conocimientos y experiencia en política internacional. Algo que es muy apreciado y necesario en un país, en el que tradicionalmente el público en general mira más y se preocupa del propio ombligo nacional. Hasta hace poco tiempo, Biden era considerado un “halcón” del Partido Demócrata y era defensor en el Senado de una mayor implicación de los EE.UU. en Afganistán.

Rahm Emanuel, el jefe del Gabinete de Obama, algo así como el ministro Secretario del Presidente, apoya las ideas de Joe Biden. Y piensa que un incremento de las fuerzas militares en Afganistán puede llevarlas (a ellas) a un callejón sin salida operativo, como el caso de Vietnam.

Por su parte, los Secretarios de Defensa Robert Gates y de Estado Hillary Clinton mantienen una postura común, creemos que más realista y pragmática y con posibilidades, al menos sobre el papel. Ambos Secretarios defienden la necesidad de mantener la lucha contra la insurgencia y de insistir en la formación y el despliegue de las fuerzas armadas afganas, para luchar contra los talibanes. Al mismo tiempo, proponen incrementar la persecución de los grupos de Al-Qaida en el teatro AfPak, como llaman a esta zona geoestratégica, contando, por tanto, con la ayuda del ejército paquistaní en su país.

¿Qué pasará, por fin? Espero que el inteligente y asiduo lector tenga ya elementos de juicio para verlo. Su interés le debe llevar a complementar este trabajo con la lectura de «Operaciones en Afganistán y Pakistán». Y cuando pueda, descenderé al estudio directo de las tácticas y técnicas de contrainsurgencia que se pueden emplear aquí. Que no digan que les faltan recursos. Los alemanes, en su lucha contra los partisanos soviéticos, sí que estaban faltos de hombres y recursos. Pero mantuvieron la iniciativa y la agresividad contra los partisanos. Y pudieron garantizar desde su retaguardia hacia el Reich, en ambos sentidos, el flujo necesario de hombres y materiales para sostener su esfuerzo de guerra contra los medios casi inagotables de la URSS.

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