EL ODIO, LA GUERRA Y EL MAL.

EL ODIO.

El Odio es siempre una pasión desordenada. Lo que podría surgir inicialmente en el alma como competencia y emulación, se manifiesta al final como aversión, repugnancia o rivalidad. Es un sentimiento primario, reptiliano, de supervivencia, compuesto o mezclado con el temor y la ira hacia el otro, que se percibe como ajeno, diferente y amenazador. O sea, el odio se expresa siempre como negatividad y destrucción, aún potenciales.

El odio rompe puentes personales y sociales y crea espacios de enfrentamiento. El odio emponzoña las relaciones de distintos tipos y las lleva a situaciones personales y sociales, antagónicas e irreconciliables. Y esa pulsión destructiva y autodestructiva forma un “bucle siniestro y mortal en el ritmo emocional vital de los hombres. Una vez creado el hábito y la pauta de conducta aceptada (por nuestro cerebro automático, aunque no nos percatemos) y repetida. Hemos formado un cauce para el fluir del odio y su extensión. Que así resulta más fácil de repetir y de mantener vivo.

El nudo gordiano anímico del odio, sólo se puede cortar con la superación colectiva. Y esto se lleva a cabo personalmente, ejerciendo la generosidad de miras y el esfuerzo personal de superación y olvido de las circunstancias que conformaron “esa situación”. Buscando la única solución posible y humana al enfrentamiento como tal, al miedo percibido y deformado más o menos, a la ira que embrutece y desborda el ánimo.

LA GUERRA.

La Guerra surge en el enfrentamiento armado colectivo. En la dialéctica violenta de dos grupos sociales rivales. Que buscan por las armas la consecución de determinados objetivos, que son excluyentes para ambos.

Las tribus regionales y fronterizas han ido desarrollando un modo social, por tanto, encarnado y asumido en su amplia cultura, de canalizar las enemistades y divergencias hacia el menor daño posible. Tres son los mecanismos reivindicativos que surgen para mediar, suavizar o paliar las afrentas y disputas. El primero es el “precio de sangre”. Consiste en que un grupo afín o una selección de familias, asume y hace frente a la “ofensa” realizada por un miembro de ese colectivo. La ofensa se paga, por ejemplo, con la entrega de camellos o medidas de cereales. Luego está la venganza, cuando se comete un delito o un miembro de un clan es afrentado gravemente. Esto genera una espiral, desarrollada en ciclos sucesivos, de violencia y desmanes. Acciones que el honor del grupo obliga a buscar. A veces, un “consejo de mediadores”, aceptado por las partes, puede arbitrar con éxito para cortar la cadena.

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Por último, está la guerra más o menos limitada. Ésta establece una acción militar colectiva entre clanes o tribus enfrentados y tiene un carácter intermitente y extensivo. La falta de recursos es una fuente de graves enfrentamientos entre los colectivos afianzados. Y su arraigo puede llegar a ser como el de las vendettas. Los orígenes o causas son el nomadismo, los pastos, las sequías, el hambre, las aguadas, la presión demográfica excluyente y la falta de capital o subdesarrollo. Pero, también pueden ser el reparto de roles políticos y sociales en países en precaria situación social y económica. O de los rendimientos económicos que generen la explotación y venta de sus principales fuentes productoras, que generalmente son monocultivos o mono producciones de la minería. Pero, en su origen tribal, el conflicto armado es siempre una guerra limitada en el daño inútil: los niños, las mujeres, los animales, los árboles frutales, incluso las cosechas que no se pueden llevar, son respetados. La premisa es más o menos no excitar y justificar en el contrario una sed de venganza total y vesánica.

Las tribus formaron el flujo continuo de emigrantes nativos, que poblaron, desarrollaron e hicieron crecer todas las poblaciones subdesarrolladas desde 1970. A veces se les unió, desde los años 80, una emigración extranjera, más o menos especializada. Que se dedicaba a los servicios, al desarrollo de las infraestructuras civiles y las industrias de extracción. Una de las cosas que trajo la civilización moderna, que no es más que vivir y desarrollarse en las ciudades, es la desaparición de las “normas de contención y respeto” de la lucha en y entre las tribus. Sus intereses eran ya los de la gran urbe, sus valores (diferentes de lo que significan las virtudes autóctonas) eran las de una sociedad destructurada en vías de aceptación e integración.

Se ha dicho que esta “emigración desde las tierras”, rompió la cohesión interna, la influencia y el poder de las tribus en muchos países. No es totalmente cierto. No ha pasado en Irak, que era mucho más moderno y desarrollado. Y de ello da fe la endiablada y compleja guerra de guerrillas, generada tras la ocupación aliada de primeros de 2003 y contra los sucesivos gobiernos sectarios de la mayoría chií. Ni en el Líbano, donde los shiítas del sur del país forman la base de apoyo étnico y logístico de Hezbolá.

Las tribus funcionaban o pueden funcionar social y políticamente como una “nación en ciernes” en situaciones de aislamiento, pobreza estructural, autoridad central precaria. Pero tenderán a debilitarse cuando los beneficios de las estructuras étnicas y tribales, regionales y locales eran o sean superados por los aportados por el sheik o emir dominador o el estado central déspota o democrático. Y éstos tuviesen o tengan los medios de coacción, el respeto y la ascendencia populares, para mantener suficientemente unidas y cohesionadas a las tribus. Y siguiendo aquéllos con una política general común, favorable a la mayoría de los ciudadanos.

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Donde no tenga lugar la acepción de clanes. Que es el cáncer que ha corroído a las uniones tribales estatales, por ejemplo, en Somalía. Donde, además, ha faltado la figura suficientemente ejemplar y apoyada, como para conseguir imponer una política nacional común y la paz social. Por ejemplo, en Irak, donde el gobierno de Saddam Hussein y sus capacidades para mantener unidas las tres etnias del país, con todos sus inconvenientes de corrupción, arbitrariedad y clientelismo, lo hacían funcionar muy razonablemente. Y así fue tanto militar, ganándole la guerra a la República Islámica de Irán, como económicamente.

Otro de los vicios que han adquirido los miembros “civilizados” de las tribus es la codicia desmedida. Y con ella, su corolario y su modo fácil de satisfacerla, la corrupción rampante. La igualdad social en las tribus, su “republicanismo ideológico”, garantizaba el uso y disfrute razonable de los recursos por todos los miembros. Y el zakat o limosna canónica musulmana y el apoyo de su colectivo suplían los casos de orfandad, viudedad, enfermedad, calamidades, etc.

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Las tropas estadounidenses y europeas están preparadas para luchar contra un enemigo militar regular, dotado de un ejército de masas. O incluso más moderno, de III generación, con medios más elaborados tecnológicamente y hombres mejor entrenados para soportar las soledades y tensiones de los esperados campos de batalla actuales. En definitiva, su “medio”, su espacio de actuación, es el enfrentamiento directo y abierto en presencia de una gran profusión de probables blancos enemigos. Su instrumento es la atrición, la destrucción de los objetivos que presente el enemigo y puedan ser detectados y adquiridos en toda la profundidad de su dispositivo de marcha o de ataque. Los dos últimos escalones enemigos, modernamente cada vez más alejados o profundos, son alcanzados por la aviación de apoyo táctico de largo alcance o con la cohetería balística o autónoma de medio alcance.

¿Cuál es aquí el papel del hombre? Detectar y confirmar los blancos enemigos, intentar fijarlos si se trata de una patrulla o pequeña unidad de combate y llamar a su “ordnance” para que los arrase. Sólo sus unidades de élite, siempre escasas y, por tanto, excepcionales y preciosas, son formadas en la lucha cercana de infantería empleando sólo sus medios orgánicos.

En Irak y en Siria las bases islamistas están siempre en las ciudades y poblaciones más favorables a la actividad de sus distintas bandas. Y ellas están rodeadas o permeadas por fuerzas militares locales y foráneas. Ya al principio de la guerra, la inteligencia norteamericana interceptó un memorándum de 17 páginas escrito por Abu Musad al-Zarqawi, anterior jefe de Al-Qaeda en Irak, y dirigido a Osama ben Laden. En él le expresaba su preocupación por su supervivencia: “En Iraq no hay montañas donde podamos refugiarnos, ni bosques en cuya espesura nos podamos esconder. Hay ojos avizores en todas partes. Nuestras espaldas están expuestas y nuestros movimientos se realizan a la vista de todos”. Y este espacio geográfico militar es similar en Siria.

EL MAL.

El Mal es conceptualmente la falta y la negación del bien, que es la única virtud o esfuerzo (como valor estable y permanente) que es positivo. Y la fuerza primaria negativa que genera el odio en un amplio sentido, no necesariamente violento, es la que da fuerza, vida y permanencia al mal del hombre.

Se plantea a veces en la Historia y en la historia de los grupos humanos, un mal especial y adherente, con realidad propia, que es difícil de combatir y evitar. Existieron siempre las grandes persecuciones étnicas, políticas, sociales y religiosas: los judíos lo fueron por la Alemania nazi; los cristianos, yazidis y otros grupos menores, en el Suroeste de Asia; las clases cultas, dirigentes y con trabajos urbanos lo sufrieron en la Camboya de los Khmers o Jemeres Rojos, que superó en el escaso tiempo sufrido y en el porcentaje de afectados en la población, a las persecuciones bolcheviques contra las clases no proletarias o enemigas. Pero, la fuerza, la continuidad y la determinación que se manifestaron en ellas, que fueron generadas y encausadas por la ira, el hábito de conducta malsana y la pauta aceptada por tantos, superaron las posibilidades y la imaginación vesánica de las colectividades humanas mortales.

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El Mal como concepto, como ente inmaterial, necesita de un instrumento, de un vector, para manifestarse en nuestro mundo físico. Y este vehículo material se lo proporcionan las pasiones desordenadas e incontroladas de los hombres, ya dominados y arrastrados por el odio y sus pasiones corolarias. En las cuales y mediante ellas, el Mal se manifiesta avasallador, desbordante y sobrehumano.

La imposición del comunismo en Rusia desde 1917, causó millones de muertos, destrozó incontables familias y personas y eliminó las perspectivas y trayectorias vitales de muchos millones más, a lo largo de casi 25 años de terror extendido e inhumano. Se liquidó a los enemigos de clase, una amplia y confusa denominación donde cabían todos los estorbos humanos para la clase gobernante; se purgó al Ejército Rojo en 1937; se mató lentamente de hambre a muchos campesinos desde 1930, con la implantación de los planes quinquenales de industrialización, que detraían los recursos agrícolas para primara la industria pesada, que convertiría a la URSS en una gran potencia moderna.

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Y todo ello se hizo sistemática y fríamente. Como corresponde a unos visionarios, iluminados por una doctrina social considerada científica y, por tanto, infalible. Y que detectaban el poder absoluto y omnímodo y se abrogaban el derecho y atribuído la soberanía para ello. Los tres poderes del Estado se concentraban en ellos para ejercerlos, en una satrapía, una tiranía dotada con los medios modernos a su disposición. Supuestamente lo hacían en nombre del puieblo y para el pueblo, pero nunca lo hicieron con el pueblo. Mao calculaba que se necesitarían unas 90 generaciones sufriendo la “dictadura del proletariado” en los “países socialistas”, para que surgiera, apareciesen los brotes verdes del “hombre nuevo comunista”.

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Todas esas ideas pútridas, antihumanas y vesánicas provienen de las cloacas, de los pudrideros y pozos negros de la inteligencia y del alma humanas. Y ellas son el instrumento válido, seguro y permanente para la manifestación periódica del Mal en la humanidad. Este Mal, inasequible para la razón y las capacidades humanas, es la manifestación temporal del Misterium Iniquitatis.

El Mal actúa impulsando de una manera colmada, recrecida, sobrada nuestras pasiones desatadas. Al examinar los hechos afectados, sólo podemos preguntarnos: ¿cómo fue posible que ocurriera esto?, ¿cómo se llegó a tanto?. Salvo en casos personales excepcionales, el Mal actúa en las acciones humanas colectivas e insanas. De manera que, su presencia queda difusa, imprecisa, velada. Nunca habrá “seguridad” de su actuación. Porque los fenómenos suprarracionales no se implican ni se solapan abiertamente con los fenómenos materiales humanos. Así, se pueden conjeturar o suponer su presencia y su operación, pero sin confirmarlas “in stricto sensu”.