EL EJÉRCITO NACIONAL AFGANO II

(CONTINUACIÓN)

Los Soldados del Ejército Nacional de Afganistán.

Su formación militar corre a cargo de las fuerzas armadas estadounidenses. En casi todos los campos de instrucción (boot camps) que proliferan por las provincias afganas, fuera del sur y el este fronterizo, existen una compañía de afganos y un pelotón reforzado de suboficiales y soldados estadounidenses. Estos instructores no son asesores militares. Les explican a los afganos lo que tienen que hacer y les enseñan y corrigen por repetición. Y es muy común que se refieran a los reclutas como “mis o nuestros soldados”.

Con ellos tienen que trabajar con paciencia, simplicidad y método. Para conseguir ir desasnándolos muy poco a poco.

Los nuevos soldados del Ejército Nacional son como niños grandes, vacilones y primitivos. En sus marchas de campo no cesan de hablar o de reir, formando pequeños grupos. Muchas veces son remisos a trabajar los viernes, el día semanal de descanso en Afganistán, o a salir de patrulla de entrenamiento si llueve, para no estropear los uniformes. Al principio, es necesario corregirles una y otra vez, con paciencia y firmeza, la forma de colocarse el casco o de sujetarse las botas de faena. Su pose, típica de los reclutas tercermundistas es cansina y displicente. En las teóricas se suelen aburrir, porque no tienen disciplina ni capacidad de concentración. Las aulas les fatigan y algunos bostezan ostentosamente. Su aparamenta mental les exige ver y experimentar en la práctica, los conocimientos y las destrezas más elementales.

El arma básica del infante o tirador es una de las variantes del Kalashnikov. Hace apenas un año y medio, en mayo de 2009, se comenzó a repartir entre los afganos el M-16 2. Es más preciso y su alcance efectivo, mayor. Pero también es mucho más delicado que el todo terreno Kalashnikov. Son dos conceptos de armas destinados a satisfacer dos conceptos de fuegos ligeros. El último pretende acogotar al enemigo que aún resiste, saturando de balas el área de su posición de tirador. En las primeras demostraciones, algunos reclutas no sabían como empuñarlos. En el “range line”, en posición recostados, muy pocos acertaban algún blanco en las dianas, tras descargar el cargador entero de 20 balas.

Los centros de entrenamiento están dotados de las facilidades elementales de los ejércitos modernos: barracones dignos, comedores comunes, duchas, aseos, intendencias. En esto sí que los soldados afganos se han acostumbrado rápidamente a estas comodidades foráneas y desconocidas.

El Cuerpo de Oficiales afgano.

Son tres las fuentes principales que proveen oficiales para las fuerzas armadas. La primera son las academias generales y especiales de las armas, servicios y apoyos. La segunda son las universidades que imparten determinados planes técnicos y temas militares. Donde se pueden graduar oficiales, especialmente para dirigir las reservas. La tercera es la cantera de los propios soldados aventajados, que pueden ser promovidos sucesivamente desde las filas y desde el cuerpo de oficiales, tras pasar las formaciones complementarias necesarias. Las dos primeras fuentes son en Afganistán veneros insuficientes, de cauces resecos y de resultados inseguros.

El cuerpo de oficiales afganos no tiene, de momento, ni una gran formación, ni una especial dedicación a sus soldados. De hecho, manteniéndose cerca de las líneas institucionales de autoridad y no involucrándose directamente con los problemas de sus hombres, buscan minimizar sus responsabilidades. Esto dificulta la dirección de las pequeñas unidades y su conversión en eficaces unidades de combate. El sistema de informes de eficacia de los oficiales y los reportes sobre la disponibilidad de los medios a su cargo, proceden de una distorsión burocrática importada, que desea observar, medir y trazar todo. Esto traerá inevitablemente la necesidad del retoque de los informes, para hacer aparecer siempre a los oficiales como competentes ante sus superiores. Pero la doctrina de cero errores y deficiencias produce el agostamiento de la creatividad de los oficiales de mando directo. Una consecuencia práctica será su fijación estricta a las órdenes y a los planes. Sin lugar para la iniciativa y la improvisación creativas, dentro de los márgenes de la misión recibida y el objetivo de los superiores en las pequeñas unidades de acción.

Desde hace siglos los ejércitos victoriosos exhiben tres o cuatro características, como soportes institucionales de su actuación: una vocación particular para las armas; un cuerpo de oficiales relativamente pequeño, formado por un 5 a 7% del total de los enrolados; una cierta estabilidad en los destinos de éstos, esencialmente en las unidades de acción, para crear lazos, cohesión y unidades eficaces, sin que ello afecte a su promoción por un tiempo y un código asumible y asumido de virtudes apropiadas.

Algunas Conclusiones.

Sin un cuerpo de oficiales y suboficiales estables y permanentes, capaces de conseguir y mantener un ejército bien entrenado y resistente a los esfuerzos de las operaciones de guerra, las habilidades militares del ejército nacional afgano son muy dudosas. El amateurismo y la lejanía de los cuerpos tampoco facilitan la cohesión de las pequeñas unidades, ya que no se desarrollan los lazos interpersonales necesarios para ello. Se espera que en plazos cercanos al año y medio, el ejército afgano consiga formar unidades de combate efectivas. Aunque los propios estadounidenses reconocieron hace varias décadas, que estos períodos eran demasiado cortos para lograrlo y partían de reclutas más cualificados para ello.

Una de las ventajas de este sistema mixto es la política. Ya que puede ayudar a desarrollar en los reclutas los hábitos de pertenencia a una entidad social superior a su tribu y de respeto y obediencia a la autoridad, al margen del Pashtunwalli. Otra “ventaja” puede ser que así la carga del esfuerzo militar recae sobre los estratos más pobres de la sociedad afgana y no sobre sus magros niveles dominantes.

Las armas son una profesión especial, a veces olvidada por la sociedad o, al menos, descuidada. Sobre todo cuando la oportunidad de su empleo no se vislumbra en un futuro inmediato. No se puede regir esta Institución por los parámetros de competencia y tensión internas, downsizing y outsourcing de funciones secundarias (por ejemplo, cocina, limpieza, lavandería y seguridad de acceso), gestión empresarial y dirección por objetivos, característicos de las grandes y medianas corporaciones. Esto lo intentó el portento de Robert McNamara, como secretario de Defensa del cuestionable JFK, en su reforma de 1960. El resultado se vio unos años después, en plena guerra de Vietnam. Muchas unidades no pudieron confiar en sus jefes natos y bajo el fuego enemigo, colapsaron literalmente y se negaron a luchar. Esta putrefacción institucional llevó a que al menos 1000 oficiales y suboficiales de pequeñas unidades fueran asesinados por sus hombres. Aunque la cifra real podría ser mayor. El número de oficiales muertos en Vietnam fue del orden de los 4500. La historia militar moderna no ofrece otro ejemplo de esta magnitud y trascendencia.

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