LA CONVIVENCIA ENTRE LAS CIVILIZACIONES ISLÁMICA Y OCCIDENTAL, y III.

(CONTINUACIÓN)

Las cualidades y calidades personales como fuerza anímica decisiva para resolver los tiempos de crisis de las civilizaciones y salir fortalecidos.

La verdadera, profunda y eficaz acción en tiempos de crisis procede de las personas, que somos los auténticos agentes sociales. De las crisis sociales e ideológicas mundiales hay que salir fortaleciéndonos en nuestros valores y virtudes. Éstas son las “bondades y cualidades” humanas de referencia, apreciadas y valoradas permanentemente por las sociedades y los grupos humanos. Las virtudes humanas son muy estables en el tiempo. Los valores son las “cualidades y bondades” humanas, estimadas de forma temporal y/o local por algunas sociedades o grupos humanos, y, principalmente, en virtud de su idiosincrasia, condiciones de vida y presiones recibidas desde el exterior. Los valores culturales y sociales suelen ir evolucionando con las contingencias, los desplazamientos y las fortunas de las sociedades humanas.

Las virtudes son aportadas principalmente por las religiones más elaboradas, y por los discursos de Cicerón y los Diálogos de Platón, dentro de nuestra extensa cultura occidental. Podemos citar las principales y evidentes, sin buscar ser exhaustivos, embebidas en el alma humana:

Valoración de los individuos en cuanto a que son personas humanas, en igualdad de derechos y deberes generales.

Necesidad del reparto equitativo y justo de las riquezas en la sociedad. Procurando incentivar la iniciativa, el riesgo productor, la educación especializada, la formación de capital y la protección de los desvalidos y desafortunados. Y regulando y limitando la plutocracia, los mercados (que deben ser regidos por sus leyes específicas, no por sus corrupciones o cánceres ni por las intromisiones espurias) y las actividades financieras no productivas.

Aprecio de la familia, el clan, la tribu, la amistad y los forasteros amables y curiosos que llegan a nuestro entorno. Es el entorno vital que nos sustenta y es soportado por todos, nuestro humus social.

Necesidad de punición de las conductas que se aparten suficientemente de las normas sociales. Para evitar la venganza excesiva o desordenada, disuadir a los posibles contraventores, satisfacer en justicia las injurias y los daños y reformar las conductas erradas.

Aprecio del respeto y del culto a la divinidad, como reconocimiento y veneración del Ser Necesario que nos crea, nos sostiene y, en algunos casos, nos ayuda. Esto se concreta según la educación, la cultura y el ambiente social vividos.

Valoración de los distintos deberes a cumplir como contrapartida necesaria, vital y social de los varios derechos a recibir.

Valoración de la sobriedad, el esfuerzo, el ahorro, el compromiso, el estudio o la formación y el trabajo como factores y parámetros necesarios para la consecución progresiva y justa de los objetivos personales y colectivos humanos.

Respeto a la libertad, a la pluralidad de pensamiento y a los derechos ajenos, como características ciudadanas modernas, enmarcadas y limitadas por el respeto ajeno hacia nosotros y nuestros derechos y libertades. Ésta sería la base del sistema democrático sano y suficiente. Por tanto, es necesario erradicar a los que no respetan esta ley del doble respeto, sino que corrompen y parasitan nuestra hospitalidad y benevolencia. Aprovechándose sólo de las facilidades que les otorgamos en su convivencia, pero que no están dispuestos a integrarse, colaborar y corresponder en nuestra sociedad de derechos adelantados para todos.

Son nuestros valores y virtudes reconocidos, retomados y reafirmados, los que verdaderamente nos darán la fuerza y la ilusión para superar los tiempos de crisis.

Y no olvidemos la función esencial de mando, gestión, impulso y ejemplo de los mandos sociales de todo tipo, presentes en los hogares las escuelas, las iglesias, los partidos políticos, los sindicatos, los centros de trabajo, las asociaciones en general, etc. Éstos son los núcleos de la actividad colectiva de la sociedad. En los tiempos de crisis deben actuar mucho más desde el ejemplo. Los valores y las virtudes no pueden verse como algo artificial y remoto, sin conexión real con un código práctico, vivido y conocido. Tienen que ser percibidos y aceptados por los ciudadanos con ejemplos vivos que puedan seguirse. No con imposiciones de códigos y reglamentos fríos, dictados desde la cúspide moral e intelectual de la sociedad.

La Convivencia de las Civilizaciones hoy en día.

Al igual que hace 400 o 500 años, en los siglos XV y XVI, hoy en día no es fácil la convivencia entre las culturas islámicas y occidentales. Ni entre las democracias de los estados modernos dependientes del comercio y los regímenes políticos despóticos u oligarcas, parcialmente democráticos, de los países musulmanes, desde Marruecos hasta Indonesia. Ni entre las religiones cristianas e islámicas.

La convivencia entre civilizaciones limítrofes es difícil. Su carácter singular, exclusivista y expansivo hace que el contacto directo entre ellas, sea fuente de roces y choques y de amenazas de ellos. No hay más que recordar los escasos 45 años de convivencia entre la civilización occidental y la soviética. Sin embargo, los choques armados no surgieron sobre los países europeos de ambos bloques socio económico políticos. Y esto fue porque el ascenso apocalíptico a Armagedón, una Etscheidungschlacht o batalla decisiva clausewitziana, conducida a mutuas salvas de armas nucleares, era en estos casos muy probable. La civilización soviética se basó en razones supuestamente científicas de exclusión y lucha de clases. Dirigida indefinidamente por una dictadura personalizada del partido. Esta organización era la única militante, la única a la que se le concedía, dentro de parámetros fijos, la interpretación de la realidad y de las necesidades del proletariado. Pero en aquellas razones, los pueblos no encontraron suficientes causas y emociones para que el “hombre nuevo” se comprometiese de por vida con esos ideales atemporales.

Todas las religiones trascendentes o terrenales (el marxismo leninismo, por ejemplo) son excluyentes entre sí. La moral puede ser objeto de controversia y evolución a lo largo del tiempo. Pero el dogma, la fe, es la marca distintiva identitaria de una religión. Y cambiarlo o desautorizarlo supone perder esencia y dejar de ser ella, medidos por la importancia de lo que desaparezca. La cultura también supone diferencia o exclusión, porque es el marchamo y la impronta distintiva identitaria de una sociedad o nación. Lo cual no implica choque o agresión entre las diferentes culturas, con los parámetros actuales mundiales de respeto mutuo y convivencia. La cultura, a la que se suele incorporar también una religión, es el armazón social de la colectividad integrada. La cultura forma el sustento en origen de la identidad individual de la nación. En ella están las virtudes inmanentes de esa sociedad. Que son definidas como los parámetros permanentes que rigen los derechos y deberes de sus miembros y sus normas generales de conducta hacia propios y extraños y con la divinidad.

Es imposible cualquier acercamiento con al-Qaida, con los talibanes o con el Irán teocrático de los imames chiíes. Y ello es debido a su radicalidad política y social, a la intolerancia hasta el exterminio hacia otras creencias y al exclusivismo doctrinal u obstinada adhesión ideológica, que profesan. De alguna manera, todos han manifestado su odio hacia Occidente. Y la búsqueda de su destrucción moral y cultural, como su razón de ser centrífuga y el motor de sus afanes y acciones expansionistas e imperialistas (el califato universal perdido). Negociar así sería como hacerlo teniendo un cuchillo en el cuello. En estos casos no cabe la negociación provechosa y equilibrada. Sino la defensa firme, continua y contundente, hasta el mismísimo fin de la amenaza fraguada. Por mucho que el voluntarismo, el optimismo patológico o bobo y el relativismo ético e ideológico nos los quieran obviar.

La única posibilidad que tenemos de una convivencia pacífica y fructífera es conectar con el “Islam popular”, la verdadera comunidad islámica. En el Islam no existen teólogos o “estudiantes de Allah”. Allah es inmarcesible e inasequible para los hombres. En el Islam la persona se dirige sin intermediarios a Dios. Los jefes religiosos son guías y formadores del pueblo, pero nada más. La infalibilidad y la seguridad doctrinales les rehuyen. Y la diversidad de criterios y opiniones es la pauta que tienen. Lo que queda, purificando y apartando la escoria radical intransigente, es el pueblo de Dios o el “Islam popular”. Deseoso todo él, individual y colectivamente, de paz, progreso, prosperidad y bienestar.

Y este “Islam del pueblo” en modo alguno está desgajado y desamparado por las jerarquías religiosas dirigentes del Islam. La Universidad de al-Azhar de El Cairo, el centro de estudios superiores sunní más prestigioso, la madrasa de todas las madrasas, es un núcleo ideológico y religioso de esta renovación inspirada del Islam social. Sus estudios religiosos comenzaron en el mes del Ramadán del año 970. Y fue un centro chií, hasta que el sultán Saladino la convirtió en una madrasa sunní en el 1171. El Rector de al-Azhar, Mohamed Sayed Tantawi, está presente activamente en multitud de foros. Donde defiende la convivencia de cristianos y musulmanes y condena los ataques a los primeros, proclamando el Islam de la paz y la concordia entre los pueblos. Abierta al saber científico y moderno, sin desconocer las humanidades occidentales, los docentes y maestros de al-Azhar están cercanos al método del ichtihad y a la escuela de al-Chafii. Sus enseñanzas y ejemplos y dictámenes religiosos o fatawa se siguen y se reproducen por todo el mundo islámico sunní.

Una clave esencial de su doctrina es que no pretende que la sharia o ley civil islámica se imponga y aplique fuera de la Umma. A diferencia del salafismo wahabita, inspirador de al-Qaida, que pretende extenderla imperiosamente por todo el orbe. Y recrear el califato universal de los jefes político religiosos del Islam, tras la muerte de Mahoma. Y tampoco están aislados en esta valiente interpretación los académicos de al-Azhar. Así, el Consejo de los Muftíes de El Líbano, tierras vetustas de convivencia y de progreso de musulmanes y cristianos, ha declarado, en relación a la reciente ola de atentados, que “hiriendo a los cristianos, nos herimos a nosotros mismos”.

Las heridas reales o percibidas de ambos rivales no encuentran salud, restregándose mutuamente. Es necesario no detenerse en lamentar la leche derramada. Sino mirar con determinación a un futuro posible. Los radicales islamistas violentos y sus simpatizantes cooperadores son unos cuantos decenas de miles, en una población de 1300 millones de personas desparramadas por 3/4 partes de la tierra firme. Y menos de un 10% de los musulmanes les brindan la base social que necesitan para apoyarse, nutrirse y expandirse. Mucho más difícil es lograr que los países islámico desarraiguen la corrupción de sus instituciones. Cuyas raíces están en la avidez y la lejanía social de sus oligarquías dirigentes y en su sentido arraigado de que “el estado son ellos”. Para mejorar su funcionamiento social y económico y cubrir las demandas de sus pueblos, deseosos de paz, trabajo, educación y prosperidad, dentro de sus parámetros islámicos. Por esto, sí que están los pueblos dispuestos a luchar y a arriesgarse colectivamente, incluso en revueltas que los destronen. Mientras estas satisfacciones naturales sociales no se resuelvan, existirán problemas de pobreza, estabilidad y autoestima en las sociedades musulmanas modernas. Y la actividad sistemática de una fracción de radicales activistas, puede actuar de “levadura social orientadora”, dentro de masas amorfas, descontentas y oprimidas. Éste fue el mecanismo social que utilizaron para tomar el poder, los partidos radicales intransigentes izquierdistas hacia la mitad del siglo XX, en multitud de países en vías de descolonización o sujetos a revoluciones mesiánicas o europeos ocupados por la URSS.

El Islam tiene multitud de recursos y vías para conducirse pacífica y lealmente en una convivencia con casi todas las religiones e ideologías razonables y coherentes. Sólo podrían existir dificultades de tipo estratégico, coyuntural o geográfico en ciertos casos. En los que intereses vitales de algunas sociedades, choquen regional y puntualmente con sociedades islámicas establecidas. Políticamente es necesario buscar el acercamiento y el compromiso con los líderes moderados musulmanes de todas las ramas religiosas. Hay que evitar las acciones y actitudes disolventes, como negarse a reconocer la realidad social de los clanes y de las tribus, como fuente de autoridad social asumida y democrática. Resulta necesario destacar continuamente a los pueblos la distinción entre los objetivos perversos de los yihadistas de al-Qaida, para quienes sus países son sólo un terreno propicio para sus matanzas indiscriminadas, y las posibles rebeliones internas reivindicadoras de derechos. En este proceso y en este esfuerzo a muchas bandas, irán surgiendo verdaderos líderes de sus comunidades, que se seleccionarán a escala nacional con la negociación y la mutua competencia. Ellos deberían de ir adquiriendo un protagonismo cada vez mayor en la conducción del proceso de actualización islámica.

En los casos de afloración de una ofensa vital entre las civilizaciones, se hace necesaria la “mediación institucional y efectiva en los conflictos”. Para evitar la acumulación de agravios entre las partes y su enquistamiento en el tiempo, llevando rápidamente a una solución equilibrada, razonable y justa. En esto la ONU se ha caracterizado por su burocratización e ineficacia. Actuando como un areópago para funcionarios bien pagados y para sordos prácticos. Con los que las distintas potencias pueden justificar jurídicamente su desinterés para con los problemas ajenos y su no implicación en su resolución.

LA CONVIVENCIA ENTRE LAS CIVILIZACIONES ISLÁMICA Y OCCIDENTAL II

(CONTINUACIÓN)

El origen y el desarrollo de las civilizaciones

El Origen y el Significado Sociocultural de las Civilizaciones.

La civilización es literalmente el arte de vivir en los grandes poblados o cívitas. Que eran originalmente los primeros poblados o asentamientos humanos. Donde el hombre primero se asentó y dejó de vagar como necesidad imperiosa y vital. Y pudo llegar a generar beneficios sobrantes, en forma de cereales, ganados y todos sus derivados, como reservas y para el comercio con sus vecinos. Y que le brindaban seguridad, comodidad y supervivencia. Esto le permitió empezar a comportarse socialmente como persona. Estableciendo lazos firmes y extensos con sus semejantes cercanos, los allegados más allá de sus familias, su prójimo vital.

El resultado de toda esta actividad social fueron las primeras civilizaciones locales, estrechas, vulnerables y balbuceantes. Que comprendían: el desarrollo de los derechos y los deberes de los hombres como individuos y con sus colectividades; la aritmética, para medir y contratar las producciones y sus repartos; el lenguaje y su escritura, para comunicarse entre sí y con los poblados cercanos, dejando registro, al menos, de lo considerado importante, etc. Los inventos civilizadores, como los ladrillos, los regadíos, los abonos orgánicos, el arado, la escritura, etc., surgen en estas localizaciones humanas. Y no hubiesen sido necesarios, ni posibles, sin los poblados estables. Surgen en cuanto su desarrollo alcanza un “nivel de iniciación”, necesario para que broten y florezca. Nivel que supone e implica una perspectiva de futuro y de progreso relativos, la necesidad de vencer los obstáculos naturales a ellos, una coherencia social interna suficiente y la ausencia temporal de enemigos externos, demasiado poderosos, rapaces y excluyentes.

Las civilizaciones poseen un carácter bivalente, necesario y complementario en sus relaciones sociales globales. Esta doble cualidad es centrífuga, expansiva y dominadora hacia su exterior. Dentro de sus fronteras la civilización es centrípeta, emprendedora y desarrolladora. En ambos casos, es creadora, innovadora y civilizadora. Por eso destacan en ambas actividades diferentes y opuestas, pero no antagónicas. El equilibrio entre ambas tendencias, que canalizan sus mejores esfuerzos y medios, es imprescindible para su desarrollo e impulso continuos, protegidos y beneficiosos. Las civilizaciones meramente avasalladoras y expoliadoras, que caducan como todas, no dejan huellas permanentes y fructíferas a su paso por los países conquistados.

Singulares en este caso son los mogoles, efectivos y temidos como militares. Cuyo paso por media Asia y el este de Europa fue marcado por un vendaval de batallas y conquistas rápidas y fulminantes, en tiempos de Gengis Kan y sus sucesores inmediatos. Aquello fue una verdadera blitzkrieg o guerra rápida de la Edad Media. Facilitada por su no dependencia del motor, los combustibles y los productos fabriles o elaborados; con una logística basada en los abundantes y sobrios caballos que montaban en sus incursiones (llevaban varios por cada jinete) y en las zonas de pastos, que marcaban sus líneas de comunicaciones. Definida por su dominio de la táctica y de la estrategia operativa. Y basada en su conocimiento depredador de los instintos y debilidades de las manadas (y de los grupos humanos opositores) y en su entrenamiento durante el interminable tiempo de ocio que les facilitaban sus labores de pastoreo.

Ahí tenemos el caso contemporáneo de los nazis. Su ocupación, singularmente del Este eslavo de Europa, buscaba un “espacio vital” o Lebensraum para la Gran Alemania. Éste fue definido en los años 20 del siglo XX por Alfred Rosemberg. E incorporado en el ideario nacionalsocialista por Hitler en su “Mein Kampf”, tras el fallido pucherazo de Munich. Lebensraum alemán donde los infrahumanos o eslavos tendrían un futuro esclavo y sombrío. El 16 de julio de 1941, en un Gabinete Secreto, participaron además de Hitler, Rosemberg y Lammers, el Mariscal Keitel, el Mariscal del Reich Hermann Göhring y Frank Bormann, quien relató lo que sucedió en esa reunión. Entre otras cosas, se discutieron los nombres de los candidatos para ejercer los cargos de comisarios o gobernadores o sátrapas modernos de los distintos Territorios Ocupados del Este, a los que Hitler llamó Ostland. El ideólogo Alfred Rosemberg, condenado a muerte en el proceso de Nuremberg y ahorcado, fue nombrado Ministro del Reich para la Administración de los Terrritorios Ocupados del Este. Hombre de la total e incondicional confianza del Führer Adolfo, por haberle suministrado argumentos y razones para su proyecto del Reich de los Mil años, Rosemberg debía definir, desarrollar y controlar las condiciones de vida en Ostland. Como sede para su ministerio, recibió irónicamente el antiguo edificio de la Representación Comercial de la URSS en la calle Lietzemburgerstrasse, de Berlín. Rosemberg dividió su ministerio en cuatro áreas: Departamento de Administración General, Departamento de Política, Departamento de Economía y Departamento de Técnica y Construcción. Y designó como enlace directo con el Führer a su ayudante personal Köppen. El resultado de todas estas decisiones, acciones y actuaciones variopintas durante más de 3 años es de todos conocido y lamentado.

Curiosamente, el sustrato madre, lo que existía de permanente, en estas dos civilizaciones, aparentemente tan lejanas y dispares, era similar: la etnia. Basados en ella, construyeron toda su aparamenta psicológica, metódica y lógica. Y en esto hasta los rudos, recios e incultos mongoles fueron más prácticos. Su etnia les aseguraba la igualdad de origen, oportunidades (sus magros tumanes o “divisiones” de su caballería, no se podían permitir la acepción de personas, que embotasen sus habilidades militares) y destino. Y, también la lealtad necesaria para perdurar, en un entorno ocupado o sometido, que desbordaba a sus capacidades demográficas. Los mongoles fueron bandidos organizados nacionalmente, con trascendencia global. Su crueldad técnica buscaba infundir el terror en los posibles enemigos, adelantándose a sus incursiones profundas, para debilitarlos previamente a sus maniobras y tácticas de combate. El soborno y el espionaje a cargo del paisanaje enemigo eran también técnicas de exploración, inteligencia y debilitamiento de sus inmediatas conquistas. Los mongoles buscaban lucrarse de sus enemigos, rentar de tierras ajenas, usurear en sus conquistas y territorios sometidos. Explotaban sus rebaños, pero no se cargaban la casta reproductora, ni a sus crías. Los nazis esquilmaban y agostaban las tierras de Ostland. Sin importarles no sobreganar de sus recursos humanos y físicos. Para que pudiesen surgir nuevos brotes verdes en “primavera”. Que garantizasen la explotación indefinida de sus territorios ocupados, en demografía y en obtención de nuevos recursos. Ya que anchas y extensas eran la URSS y los pueblos eslavos, para soportar indefinidamente sus “judiadas”.

Las civilizaciones que consiguen conjugar ambas pulsiones vitales, sus diástoles y sus sístoles eferentes e impulsoras, consiguen perdurar más en el tiempo. Pero también impregnan de su estilo, su lengua y su cultura a los territorios sojuzgados sucesivamente. Con ello transmiten su esencia a la posteridad, mucho después de su decadencia, a través de los pueblos civilizados con su cultura, sus leyes y su idioma y sus trayectorias históricas. Ahí tenemos el caso de Roma, rapaz e imperialista como cualquier otra potencia. Que sólo con los fríos y el mal tiempo recluía a sus legiones en los cuarteles de invierno. Dispuestas durante la república y el imperio a salir de conquista, represión de las revueltas o aseguramiento de sus fronteras, en sus campañas militares anuales, en cuanto el buen tiempo lo permitiese. Pero que fue capaz también de transmitir su cultura, sus leyes, llegadas hasta hoy como el Derecho Romano, su latín vulgar y su sistema administrativo, a todas las regiones “extra Italia” que poco a poco se incorporaban a su imperio o “res publica”. Esta impregnación cultural, que diría Lorenz, fue sancionada, integrada y consagrada con la generosa, oportuna y prudente concesión de su ciudadanía a muchas de aquellas ciudades y regiones. El “ius civitatis” se otorgaba por conquista, dependiendo del grado de anexión, lealtad y asimilación de los pueblos sometidos. Cuando se convertían en provincias romanas, se les concedían los mismos derechos que a la metrópoli. Fue el caso de Hispania. Pero hasta que no alcanzaban ese honor y cualidad, los pueblos dominados tenían que pagar su tributo de conquista (ius belli) y carecían de muchos derechos. Palestina, por ejemplo, no llegó nunca a tener la condición de provincia.

El Mecanismo socio ideológico del flujo y reflujo del devenir de las Civilizaciones.

En las sucesivas crecientes y resacas entre las civilizaciones occidentales y musulmanas, sólo una vez coincidieron los períodos de alta civilización de ambas: en los aproximadamente 125 años que ocupan el espacio temporal entre las mitades de los siglos XV y XVI. Esta exuberancia doble en civilizaciones encontradas se plasmó en un largo período de invasiones, reconquistas, hostigamientos y enfrentamientos abiertos en Europa, el norte de África y todo el Mediterráneo.

Los hechos observables que definen la decadencia temporal de una civilización cuajada son: la energía vital nacional, que alimenta la “moral nacional” y una sana “voluntad de defensa”, se disipa; las artes y las letras se vuelven formalistas y estériles; los emplazamientos, colonias o socios periféricos se abandonan y la política exterior se vuelve cobarde, balbuceante y precavida. Este retroceso de una civilización crea un vacío existencial, que atrae y da impulso externamente a la otra. Formando un vaivén natural y cósmico, porque la Naturaleza reniega y huye de los “vacíos”.

Las rutas comerciales, los contactos habituales entre ambas civilizaciones son sus auténticas líneas de aprovisionamientos y comunicaciones exteriores. Y, cuando estas arterias son descuidadas en la periferia de la zona de influencia de una civilización, los expertos civiles, religiosos y militares de la otra acuden a repararla, ocuparla y vitalizarla. La “aspiración” absorbente, creada por la decadencia de la otra, creada por su “vacío”, atrae una corriente ajena de ideas, métodos, palabras, inventos y estilos. Aparecen primero en la zona debilitada y permeable ajena, los viajeros, agentes comerciales y secretos, representaciones culturales, misioneros, profesores y diplomáticos. Así, muchas veces la actuación militar no es más que la confirmación política de una superioridad existente y manifiesta, que emerge y aflora irresistible desde muchos otros campos de la actividad humana. Y las ganancias territoriales se consolidan con la llegada de los funcionarios y administradores y las profesiones de crecimiento y desarrollo, arquitectos, ingenieros, agrimensores, artistas y un enjambre de buscavidas, arribistas y aventureros. De este flujo humano, especialmente de los últimos citados, porque su futuro inmediato es una página por escribir, surgen siempre personajes decisivos para la nueva implantación.

Se podría pensar entonces que la sociedad y su civilización estabilizadas serían el culmen y el desideratum en su desarrollo. Ya que así serían seguras, beneficiosas y atractivas. Pues, no. Para una civilización, la penuria de desarrollo es un signo ya de decadencia. Si no fluye, se adapta, emprende y avanza, se irá estancando, perdiendo la pervivencia y pudriendo. Esto ocurre en períodos medidos en muchos años, que escapan a la percepción del hombre efímero. Tal como le ocurriría a una corriente fresca de agua, cuyo discurrir quedase represado.

La difícil convivencia de las civilizaciones

¿Cómo es en la práctica la convivencia entre los cristianos y los musulmanes en las tierras del Islam?

Veamos un ejemplo cercano en la geografía y lejano en el tiempo: la trayectoria vital de los mozárabes. Que fueron los cristianos hispanos que vivían en las tierras de dar el-Islam, las tierras donde el Islam dominaba políticamente.

En el año 710 los mahometanos invaden la Península Ibérica. Menos de quinientos años después, el cristianismo había desaparecido prácticamente de las tierras hispánicas ocupadas por los musulmanes. A ello contribuyeron las persecuciones almorávide y almohade y las numerosas deportaciones a África que éstos decretaron. Pero también lo hicieron el deterioro social y administrativo que sufrieron sin cesar los cristianos.

Tras algunas dilaciones iniciales, se empieza a instaurar la administración musulmana. Se divide Hispania en demarcaciones, que se organizan en torno a una ciudad en la que reside un gobernador (el caid, que es también el valí o recaudador de impuestos) y un destacamento musulmán. Aquél se preocupa de que las comunidades no musulmanas le paguen tributo, por no ser acosadas por los moros y vivir en paz bajo su protección. Estos tributos van a ser el vínculo administrativo entre los infieles “protegidos” y dar el-Islam.

Pero, la propagación de la fe es un deber colectivo de la Umma. Que se realiza imponiéndola y no catequizando (de “predicar el catecismo” o texto de la doctrina). Llevando a cabo con ello la consolidación y la ampliación de dar el-Islam, las tierras sometidas al Corán, la sunna y la sharia o leyes civiles y penales basadas en ellas. Por consiguiente, de acuerdo con esa doctrina, cuando expira un “pacto de protección”, la autoridad musulmana sólo puede aceptar que se renueve, si se incrementa el importe de los tributos o si se estipula en el nuevo contrato la cesión al Islam de más tierras o ciudades. Adicionales a las cedidas antes por los dimmíes (los judíos y cristianos, las gentes también mencionadas en el Corán y que detentan parte de la revelación de Alá).

También emplean el principio de que si algún miembro de la comunidad “protegida” daña a un musulmán, toda la colectividad pierde el derecho de protección. Toledo pierde su estatuto de villa protegida en el 713, al rebelarse y ser vencida. Zaragoza también gozará de un estatuto de autonomía sólo unos pocos años después de la conquista mora. Todo ello fue estrangulando poco a poco a la pobre comunidad cristiana, erosionada por las apostasías, cansados sus miembros de ser ciudadanos de segunda o tercera, con el ritmo pausado de la Edad Media. Pero que nos permite apreciar el proceso agresor social metódico.

La convivencia hoy en día entre ambas comunidades religioso culturales en dar el-Islam.

En mayor o menor intensidad y rigidez, según los casos, la sharia establece hoy en día contra los cristianos avecindados en sus tierras:

Pena de muerte contra los blasfemos (ofender, según su criterio, a Allah, al Islam, al Corán, al Profeta) y a los conversos desde el Islam (por su apostasía).

Quema y demolición de los templos y cierre de escuelas, hospitales y orfanatos cristianos.

Prohibición de entrada al país, expulsión e incluso pena de muerte a los misioneros cristianos.

Prisión por portar símbolos cristianos. Prohibición de reunión para orar o celebrar la Misa, incluso en los hogares.

Conversión forzosa al Islam.

Nigeria, Sudán, Pakistán, Afganistán, Qatar, Bahrein, Kuwai, Malasia, Indonesia, incluso la laica Siria, aparte de Arabia Saudí e Irán, son países donde la sharia está más o menos establecida.

Características políticas de las dos Civilizaciones. Cautelas y Puntos de encuentro.

Montesquieu reconocía que las virtudes republicanas, liberales o ciudadanas sólo existían en los relatos de la antigüedad. Así, resultaban atractivas para una minoría dirigente. Pero su adopción por los ciudadanos no podía hacerse solamente por mandato legal o constitucional. Los valores morales ciudadanos propuestos por eruditos o dirigentes, se veían como algo artificial y remoto. Sin conexión real con un código moral práctico, conocido y asumido por el pueblo. Y con ejemplos vivos que pudieran seguirse. Sin ilusión y entusiasmo no se pueden emprender ni realizar empresas de provecho, enfrentándose a la inercia y a las dificultades diferentes que todo proceso creativo tiene, y superándolas. El entusiasmo es una fuerza del espíritu, iluminada por una “ilusión razonable”, que vence a la entropía moral e ideológica generada casi inevitablemente en todas las sociedades a lo largo de su historia. El proceso natural de creación de una “moral nacional” o sentido correcto de vida en común, siguiendo las corrientes adecuadas de paz, progreso, satisfacción propia, servicio y justicia, es desconocido incluso por muchas sociedades occidentales, que han perdido muchos de sus reflejos instintivos de desarrollo social y aún de pervivencia.

En los estados musulmanes, el Islam es un factor principal de cohesión social e integridad nacional, independientemente de la rama islámica sunní o chií a la que se pertenezca y de la interpretación religiosa personal y más o menos sesgada que predique el imam de la mezquita a la que se acuda regularmente. Una democracia islámica, siempre basada en la Umma o comunidad religioso social, el Corán o revelación directa de Allah, la sunna o tradición del Profeta y la Sharia o sus leyes derivadas civiles y penales, no es igual a una democracia occidental. Donde apenas resiste aún algún valor moral o social ante la todopoderosa avalancha asimétrica de las libertades individuales, consagradas como fuente de Derecho, sin la contraprestación jurídica de los deberes.

La obediencia es una cualidad personal y social muy arraigada en las sociedades islámicas. Se obedece al jeque o jefe de las familias del clan en las cosas tocantes al orden social, se obedece al jefe familiar o padre en la familia y se obedece y acata la voluntad de Dios como gesto y rito vital en el Islam. Esta obediencia social es enriquecedora y protectora, no disolvente ni enfermiza por sí misma. En las madrasas, el Corán se aprende de memoria, por recitación continua a lo largo de los años de escolaridad. Puesto que es la Palabra de Dios descendida de junto a Allah, no hay interpretación ni crítica.

Es posible que las sociedades musulmanas modernas estén envidiosas del desarrollo económico occidental, pero también desprecian sinceramente la pérdida de verdaderos valores humanos que las sociedades cristianas y laicas han tenido innecesariamente en su camino hacia aquél. Los intentos de democratización moderna en los países islámicos corrieron a cargo de sus élites nacionalistas y europeizadas, muchas veces izquierdistas y populistas, que impulsaron la independencia de las distintas naciones islámicas, fundamentalmente árabes, tras la II guerra mundial. Este proceso esperanzador terminó con su fracaso social, económico y político, al ser incapaces de brindar unas alternativas de progreso y prosperidad a las clases pobres que acudían en masa desde los campos a los núcleos urbanos de sus países, y de repartir razonablemente entre todos las riquezas generadas en su actividad económica, fundamentalmente con la exportación de materias primas de alto precio.

Esto dio renovadas alas a los movimientos islamistas radicalizados, como única ya posible alternativa a la adaptación moderna de las sociedades islámicas. Pero el problema se enconó socialmente, llegando a fracturas severas como en Argelia en los años 90 del siglo XX. Puesto que los activistas estaban al margen de las clases piadosas y cultas medias y populares, que son el sustrato básico de las verdaderas comunidades islámicas. Y ellos tenían una implantación social mínima, por su extrema agresividad y sus métodos operativos excluyentes.

Es necesario no imputar a la religión musulmana lo que son fenómenos provocados por cambios sociales, intereses partidistas y terrenos y la voluntad de poder de algunos jefes y estados. A su vez, hay que considerar que sólo los islamistas violentos esgrimen su interpretación del Islam como una solución excluyente a todos los problemas de la sociedad o de la Umma. En esto, los europeos tienen la tendencia a considerar el Islam como un todo monolítico e inmutable en el tiempo.

(CONTINUARÁ)

LA CONVIVENCIA ENTRE LAS CIVILIZACIONES ISLÁMICA Y OCCIDENTAL

Presentamos la trayectoria vital de las civilizaciones musulmanas y occidentales, siguiendo sus contactos históricos, sus desencuentros y sus diferencias. No es fácil la convivencia entre civilizaciones contiguas. El carácter singular, exclusivista y expansivo de las civilizaciones no decadentes, hace que el contacto directo entre ellas, sea fuente de roces y choques y de amenazas de ellos. Pero terminaremos, enfocando y desarrollando los abundantes hitos y posibilidades que existen en el camino hacia la convivencia y el respeto mutuo, en la diversidad y la autoestima de ambas civilizaciones.

Origen, expansión y desarrollo del Islam

La Expansión del Islam hacia Occidente: las primeras Yihad militares.

En la época de Mahoma los estados antiguos del centro y sur de Arabia ya no existían. El poder en su territorio estaba dividido entre las tribus que lo poblaban. Pero la Marcha (la Hégira) de aquél con un puñado de seguidores, de La Meca a Medina en el año 622, inauguró una nueva era de transformación en el mundo y de expansión de la teocracia árabe islámica. En esa época, el poder en todo el Cercano y el Medio Orientes se repartía entre el Imperio persa de los Sasánidas y el Imperio de Bizancio, inmersos en intermitentes pugnas fronterizas. Unos pocos años más tarde, los árabes se habían apoderado del Imperio de los Sasánidas (año 644). Y habían constreñido las tierras de Bizancio en Asia, que alcanzaban antes Egipto, la Gran Siria y el norte de Mesopotamia, sólo al centro y oeste de Asia Menor (la Anatolia).

Paralelamente, van controlando el norte de África: en el 641 ocupan Egipto y se extendían rápidamente hasta Trípoli y las costas atlánticas del Magreb y de Ifrikia (en el 697). Por último, en el 711 invaden el reino visigodo de Hispania y en el 732 penetran en el reino de los francos. Aquí son derrotados por Carlos Martel en la batalla de Poitiers y son repelidos para siempre allende los Pirineos.

¿Cómo conseguían los árabes, dispersos, poco numerosos y tribales, el empuje, los medios y la constancia necesarios para emprender una Yihad, como propagación violenta e impuesta del Islam?

Tres fueron las causas que estimularon a unas tribus a emprender el camino de la conquista de amplias y lejanas tierras y pueblos, fuera de la península arábiga. La primera fue la razón religiosa. Como en toda comunidad religiosa primitiva, la Umma fue el centro de los mandatos y las bendiciones de Allah. Viviéndose colectivamente y con entusiasmo el cumplimiento de una doctrina monoteísta y sencilla. Esta religión exigía, además, un proselitismo militante y coactivo, continuo y expansivo, dirigido hacia los infieles y los hostiles fronterizos. La obligación de la Yihad era similar a los otros cinco preceptos o pilares del Islam, que se simbolizaban por una mano abierta. Así, el Corán, entregado a Mahoma en el nacimiento del Islam, tiene numerosos versículos o aleyas que demandan de sus fieles la lucha armada.

Por el lado más prosaico de los intereses mundanos, la extensión de las conquistas árabes, en su avance incontenible durante más de un siglo, trajo el control sobre los bienes y haciendas de los nuevos y numerosos súbditos y el poder político y militar sobre ellos. El dominio musulmán se establecía por la presencia de un gobernador con su guarnición militar, en cada ciudad o región conquistada. La relación de los nuevos súbditos con el régimen islámico se establecía y regulaba por el pago al gobernador de los tributos periódicos por el vasallaje impuesto y por profesar, de momento, una religión diferente. Este flujo de dinero importante y constante comenzó a llegar a los conquistadores, que establecieron diversos mecanismos bastante inteligentes para su reparto. La tercera razón, asequible a los nobles, jefes y más destacados musulmanes, fue el reparto de las cuotas de poder que engendraban el dominio, la defensa y la gobernanza de los nuevos territorios de dar-el-Islam. Así, fueron proliferando los emires, sheikhs y caides, ocupando y conformando la estructura política árabe de los territorios islamizados.

Las tribus árabes originales del Islam recibían una parte de los tributos y de los saqueos de la conquista, aunque no participasen en algunas expediciones militares. Otra parte era entregada a los participantes de la yihad contra algún pueblo o región limítrofe del califato. Una parte importante era entregada a las autoridades de la Umma, centradas en el califato de Damasco o de Bagdad, y representadas regionalmente por sus emires o caides, para sufragar los gastos de la gobernabilidad y el mantenimiento del estado teocrático. De ésta, se derivaba una parte destinada a sufragar, equipar y formar las nuevas yihads hacia los territorios fronterizos a dar-el-Islam, que iban apareciendo. Por último estaba el zakat o la limosna canónica, entregada a los ulemas, que tenía como finalidad resolver y compensar a los musulmanes por las penalidades y los azares de la vida, con la aportación de su comunidad. Y que se repartía a los pobres, los impedidos y los enfermos, los huérfanos y las viudas de la Umma. Esto cerraba el proceso de reparto de la riqueza y el poder. Que amachambraba mundanamente las aspiraciones religiosas de los creyentes de la nueva fe.

Las principales Ramas del Islam y su Ideario político religioso.

El sunnismo, que siguen actualmente cerca del 90% de los musulmanes, acepta también como revelación de Alá la tradición o sunna del Profeta, que son sus hechos y sus comentarios o hadices. El mayor o menor rigor en la selección y aceptación de esta tradición caracterizan a tres de sus escuelas ideológicas, fundadas entre los siglos VIII y IX. Pero, la escuela más abierta y flexible, la chafií, fundada por el palestino al-Chafii, muerto en El Cairo en el 820 a la edad de 53 años, nos abre una puerta esperanzadora a la evolución pacífica del Islam. Ella acepta también el consenso de los sabios de la comunidad y el razonamiento analógico o qiijas, como vías correctas para la adaptación del Islam a todos los tiempos y lugares, desde su “origen rural, analfabeto, pobre, medieval y rodeado de hostiles”. Para ello parte del hadiz “Alá reconoce el bien en lo que los musulmanes han juzgado como tal”.

Existe una gran diferencia ideológica y práctica entre el sunnismo y el chiismo. Ëste se siente perseguido, en razón de la ortodoxia dinástica, el cisma chií surge a partir del cuarto califa, Alí, primo, yerno y compañero del Profeta, e ideológica (admite menos fuentes de revelación), que proclama y defiende. Así, asume históricamente una actitud fatalista, pasiva, incluso de sufrimiento físico por ello, a la espera del retorno del (califa) imam desaparecido (nombre que toman los guías político-religiosos en el chiismo). Éste vendrá como al-Mahdi (el guiado por Alá), en un momento dado de la Historia, para hacer triunfar a la Umma ortodoxa chiita. Pero también se han dado en el chiismo casos de acción insurgente, incluso con cierto éxito e implantación popular: como en el Irán de Jomeini, en El Líbano con Hezbolah o partido de Alá y su subsidiaria Hamas, de Palestina. Incluso, en el ataque contra los cuarteles de las fuerzas occidentales en Beirut en octubre de 1983, que fue la presentación en sociedad de Hezbollah, los conductores de los camiones llenos de explosivos lanzados contra aquéllos, eran suicidas.

Parece claro que el sunnismo está más preparado para tratar y aceptar la convivencia pacífica y las relaciones de todo tipo con otras religiones e ideologías políticas, al menos en determinados momentos y países. Y que con el chiismo es necesario negociar hoy en día desde una posición de más determinación y fortaleza.

Las Jerarquías religiosas del Islam.

En el Islam no existe un clero institucionalizado, universal y riguroso, formado de una manera expresa e igual en toda la Umma. Que responda de la ortodoxia y homogeneidad de las ideas, normas y dogmas. Tanto es así que la pertenencia oficial al Islam se logra por la pronunciación de la profesión de fe: “no hay más Dios (en árabe, Allah) que Dios y Mahoma es su Profeta”.

Los ulemas son los expertos estudiosos en la ley del Islam. Y los muftíes son los jurisconsultos encargados de interpretar la sharia o ley islámica civil y penal. Aunque ambas legislaciones están totalmente imbricadas. Ya que el Profeta, en sus tradiciones o sunna, se encargó por inspiración divina de dar normas para casi todas las ocasiones de la vida cotidiana árabe en el siglo VII. El consejo de ulemas es la máxima autoridad musulmana en cada país o región. Los más prestigiosos, por su formación, proceden de la Universidad de Al Azhar, de El Cairo. Los ulemas son también los encargados de custodiar, gestionar y repartir las limosnas canónicas, el Zakat, previstas por el Corán. Esto les da un enorme poder temporal sobre sus distintas comunidades. Que ningún poder político musulmán, incluso los socialistas laicos, se ha atrevido a discutir o a usurpar. Por ejemplo, incorporando el Zakat a los impuestos recaudados por el Estado.

Los imames o capellanes son los encargados de presidir la oración en las mezquitas. Se colocan para ello frente al nicho indicativo, situado en la pared que da hacia el oeste (La Meca) y mirando a los fieles. Por último estaría el muecín o sacristán, que avisa cinco veces al día, desde antes del amanecer hasta bien entrada la noche, subido en el minarete, para que los fieles hagan sus oraciones de adoración y de aceptación y entrega a la voluntad de Dios. La formación de los imames es totalmente dispar dentro de un país y no necesariamente profunda. En este sentido, es necesario conseguir en razón de la paz y la convivencia, que los ulemas de los distintos países definan, vigilen y controlen la calidad de la formación de los imames. Y la exclusión de sus nobles funciones, de los advenedizos que, sirviéndose de la dirección de la oración, predican ideologías fanáticas, desviadas, sin futuro real y criminales a los fieles.

La reacción europea ante las amenazas imperiales del Islam

Occidente se vuelve a Oriente: la Época de las Cruzadas. Aparece en 1360 el Imperio Otomano Osmanlí en Bursa, en rápida expansión.

Las Cruzadas fueron empresas militares y religiosas, impulsadas por la Iglesia con exhortaciones, oraciones e indulgencias, y realizadas por voluntarios de toda la Cristiandad. Buscaban recuperar para ella el dominio sobre los Santos Lugares de Jesucristo en Palestina, de manos del Islam expansivo e infiel. Éste los ocupó en el año 635 y fue poniendo sucesivamente trabas al peregrinaje individual y colectivo de los cristianos. Entre 1096 y 1270 se llevaron a cabo ocho cruzadas. La Primera Cruzada fue la de más vistosidad y éxito. El 15 de julio de 1099 sus cruzados ocuparon Jerusalén. Que se convirtió en la sede del primer rey, Godofredo de Bouillon. En 1291, con la toma de San Juan de Acre, principal posición cristiana en Palestina a lo largo de un siglo, por los musulmanes del califato de Bagdad, quedó definitivamente liquidado el Reino de Jerusalén. Y perdido el principal objetivo estratégico de la Europa cristiana desde 200 años atrás.

No siempre las cruzadas fueron bien organizadas por las sociedades feudales de la época. Y, en ocasiones, las rivalidades mundanas entre ellas afectaron al discurrir e, incluso, al éxito de las sucesivas expediciones. La necesidad logística de cruzar por los territorios del Imperio de Bizancio, separado de la Iglesia el 24 de julio de 1054 por el Cisma de Oriente del patriarca Miguel I Cerulario, trajo también enfrentamientos muy cruentos con los cristianos ortodoxos grecos. El hecho de que las cruzadas se estructurasen con los nobles, sus gentilhombres y sus huestes, debilitó progresivamente el poder de aquellos en sus territorios de procedencia. Así, las ciudades y los reyes no participantes en las expediciones militares, pudieron ir ganando privilegios y extensiones de poder, a costa de los príncipes y de los señores ausentes. Esto impulsó el comercio en Europa y marcó el inicio de la decadencia continental del feudalismo.

Pero no acabó con las Cruzadas la pugna entre las civilizaciones europeas y musulmanes. Pronto tomó el relevo de los árabes, el imperio Osmanlí de los turcos, tras la toma por Mohamed (Mehmet, en turco) II, el Conquistador, de Constantinopla en 1453. Fecha que, junto con el descubrimiento de América 39 años más tarde, muchos historiadores toman como período de inicio de la Edad Moderna.

El expansionismo y el poderío de la Sublime Puerta eran evidentes: Por el mar era un vecino incómodo y rapiñador del Mediterráneo occidental cristiano, apoyado en sus franquiciados y conmilitones, los piratas y corsarios musulmanes norteafricanos. Por tierra ocupaba los Balcanes cristianos y amenazaba con engullirse parte del antiguo Imperio Romano Germánico de Occidente. El único hombre que vio clara la situación creada por el peligro turco, desde el primer momento, fue el papa San Pío V. Hasta Felipe II de las Españas tardó mucho en convencerse de la necesidad de afrontar este peligro de frente. Y de asestar a los turcos un golpe importante, sin existir previamente una directa provocación turca o un “casus belli”. Las capitulaciones para constituir la Liga Santa con España y Venecia se demorarían hasta el 25 de mayo de 1571, debido a la disparidad de intereses y proyectos. Francia se desmarcó de ella, por su envidia y odio a la supremacía española. Por fin, la escuadra española estuvo preparada el 5 de septiembre. El 15 de septiembre, Don Juan de Austria ordenó la salida de la flota aliada hacia los mares turcos. Y el 26 fondeó en Corfú, mientras una flotilla exploraba la zona. Lepanto quedaba a la entrada del golfo de Corinto, en pleno territorio otomano. El domingo 7 de octubre tuvo lugar la batalla naval que alejó definitivamente del Mediterráneo occidental y central los afanes imperialistas de los otomanos.

Sin embargo, desde el inicio de la Yihad militar por los árabes, en el siglo VII, los santos lugares originales del Islam en la península de Arabia, siempre estuvieron en las manos políticas y religiosas de sus fieles, bien los árabes o los turcos otomanos.

La reacción defensiva moderna en el Islam

El papel de la Yihad o esfuerzo en el camino de Alá. Sus dos conceptos: el militar o colectivo y el esfuerzo personal de purificación y superación. Sus papeles, oportunidades e intervenciones históricas. El terrorismo, el Islam y la Yihad en el mundo contemporáneo.

La Yihad, como guerra santa, el esfuerzo de sangre en el sendero de Alá, va dirigida contra aquellos que amenazan la Umma. Estos pueden ser tanto los infieles hostiles externos, como los no musulmanes que conviven en dar el-Islam, las tierras donde la Umma domina políticamente, y que han roto su “pacto de protección” con ella. A éste tienen derecho teórico los judíos y los cristianos, como gentes citadas en el Corán y que detentan algunos de los libros considerados también como proféticos por el Islam. Se considera a la Yihad una obligación prácticamente igual a uno de los llamados Cinco Pilares del Islam.

El Islam tiene que asumir que la Yihad militar fue necesaria para la instauración y la defensa de la primitiva comunidad de creyentes. Cuando el Profeta estableció el Estado islámico a partir de la destrucción violenta de la jahiliyya árabe o la barbarie existente anterior al Islam. Y aún pudo ser útil la Yihad para su RÁPIDA extensión por el mundo. Cuando lo permitía el estado existente de cultura, relaciones internacionales y desarrollo de las civilizaciones medievales. Pero que su oportunidad histórica no existe actualmente y entonces debe ser reemplazada por “otro tipo de esfuerzo en el camino de Alá”. Cuyo concepto ya existe en la sunna y que podría ser retomado y proclamado por los ulemas y los muftíes piadosos, que son los ideólogos del Islam verdadero y perenne. Y, por cierto, los mismos gozan de una independencia política, social y económica amplísima. Son respetados y/o temidos por los gobiernos en sus respectivos países, y son los que administran el zakat o las limosnas canónicas.

Ya desde el surgimiento de las 4 principales escuelas ideológicas sunnies citadas, cobró fuerza el principio del esfuerzo de reflexión personal, el ichtihad, en el Islam. El ichtihad permitió el desarrollo de la cultura árabe, tanto en lo tocante a los aspectos civiles (ciencias, comercio, literatura, arte) como al enriquecimiento de su teología. El ichtihad es fuente de lucidez, creatividad, progreso, enriquecimiento y paz en el camino del esfuerzo personal y colectivo hacia Dios (esto es el núcleo y la razón del Islam), cuando ya la Umma se había extendido y multiplicado enormemente por el mundo. Hacia el siglo XI (siglo V de la hégira o marcha a Medina), los estudiosos cierran la puerta al ichtihad. El enfoque metodológico islámico se altera. Y a partir de entonces, se imita, se repite, se abusa de los compendios en los estudios del Islam.

Ante el terrorismo (acciones de guerra contra objetivos generales, inocentes e indiscriminados) en su nombre, el mundo islámico se paraliza y no sabe qué decir o hacer. Afirman los portavoces e intelectuales que el Islam es paz y tolerancia. Pero esto no es totalmente cierto, como vimos antes. La mayoría de los musulmanes se distancian de los atentados por oportunismo, para proteger al Islam, preocupados por el creciente rechazo que sufre en Occidente.

No se ha dado en el Islam una reflexión profunda sobre la oportunidad política y religiosa de la violencia. ¿Alguien conoce a pacifistas islámicos activos? No se trata de que reaccionen los intelectuales laicos musulmanes. Éstos no son operativos de la manera que conocemos en Occidente. Ya que para un buen musulmán la política, la sociedad y la religión forman una trinidad única, excluyente e inseparable, establecida por Alá. Porque así fue la Umma original, la sociedad islámica primigenia. Además, el fracaso social y político de los intelectuales laicos árabes quedó refrendado con el de las élites nacionalistas, izquierdistas y europeizadas, que impulsaron la independencia de las distintas naciones árabes tras la II Guerra Mundial.

El radicalismo violento musulmán moderno: ejemplarizado en al-Qaida y sus franquicias y los talibanes afgano pakistaníes.

Los insurgentes radicales islámicos se dedicaron entre los años 60 y 80 a atacar a los que calificaban de gobiernos musulmanes corruptos y falsos, socialistas u occidentalizados. A partir de los 90, su objetivo estratégico principal es Occidente.

Sus características operativas son:

Su brutalidad innecesaria e indiscriminada, que los descalifica ante su religión. En efecto, desprecian y desacatan numerosas aleyas (versículos del Corán) morales importantes, sin que Allah las hubiese cambiado para ellos. Sura 2, aleya 100, “Nosotros no abrogamos ningún versículo de este libro, ni haremos borrar uno solo de tu memoria, sin reemplazarlo por otro igual o mejor”. Por ello, hay una ausencia absoluta de ulemas y muftíes formados, venerables y piadosos a su lado.

Su gran descentralización operativa por la universalidad de la Umma, que trasciende la idea de nación o raza. Pero que les impide conseguir objetivos estratégicos consistentes. Aunque sus acciones puntuales sean importantes, dolorosas y temibles. Su objetivo de golpear a cualquier gobierno, puesto que el califato radical y agresivo en dar el -Islam, no existe hoy en día.

Su fracaso en incorporarse activa y firmemente a un grupo social amplio, que dé cobertura e impulso permanente a su movimiento. Los activistas más alienados se suelen ir aislando progresivamente de la sociedad (al menos, emocional e ideológicamente), aunque “vivan” dentro de ella. Y ello en razón de sus métodos violentos, a los que sacrifican todo por la eficacia y la contundencia en sus ataques. Siguen un proceso de segregación, purificación (en sus improvisados ritos no ortodoxos ayunan, emplean agua de lugares sagrados y banderolas verdes con inscripciones de las aleyas que les favorecen), consagración y radicalización, hasta llegar a la muerte e incluso al suicidio en sus acciones puntuales.

Los terroristas islámicos están en muchos lugares profundamente divididos ideológica y estratégicamente. Aunque las bandas rivales puedan ocasionalmente brindarse apoyo, refugio, información o suministros. La franja de Gaza es dominada desde hace años por Hamas, grupo radical fundamentalista palestino de orientación sunní, en rivalidad directa y violenta con el gobierno palestino de al-Fatah en la Cisjordania. En Gaza, dos organizaciones sucursales de al-Qaida, Ansar al-Sunna y Ansar al-Islam, unos grupúsculos irrisorios, se enfrentan también violentamente a Hamas por la influencia sobre sus habitantes. Los talibanes pakistaníes, principalmente el grupo Tehrik e-Taliban y los independentistas cachemires, realizan periódicamente atentados contra la minoría chií del país. En Irak, al-Qaida se dedica a atacar a los chiíes que acuden en peregrinación desde país y de Irán a los actos anuales de esta religión en sus lugares sagrados de Samarra, Nayaf y Kerbala. También lo hacían los radicales sunníes iraquíes (antiguos funcionarios del Baas y ex miembros de las fuerzas armadas, generalmente depurados sin procesos ni juicios, y grupos regionales tribales). Ellos estaban en rebeldía contra los gobiernos de mayoría chií antes del llamado “despertar sunní”. Promovido por el general David Petraeus, que los transformó en milicias nacionales de autodefensa.

Su afán de publicidad, con el que Occidente colabora.

(CONTINUARÁ)

Muammar al-Gaddafi

Ayer fue un Mahdí fracasado. Hoy es un Depredador de su Pueblo

Hace 40 años, Libia era un país de beduinos, de tribus sedentarias, de desierto y de petróleo de muy buena calidad. Su población apenas llegaba a los 2 millones de habitantes en un país de 1.748.700 Km2. Era difícil recrear con eso las aventuras imperialistas de los antiguos califas o jefes político religiosos de la Umma o comunidad de universal musulmanes. Así, Gaddafi basó su expansionismo panárabe en la política de alianzas. Donde su figura ejercía una función catalizadora y de importancia muy superior al peso específico del país que regía.

Una política imperialista apresurada, incómoda y fallida.

Desde que en septiembre de 1969 participara en el derrocamiento del rey Idris al-Senussi, el coronel Muammar al-Gaddafi intentó crear y reiteradamente ampliar su Jamahariya o república árabe islámica. Ésta está basada en el Corán, la Sunna del Profeta y la Sharia, según su particular interpretación. Y, sobre todo, en su engrandecimiento a ultranza, empleando un proselitismo agresivo y un expansionismo imperialista. Por cierto, Gaddafi, según expresa su primitivo nombre, procede de la tribu Gaddafa, asentada junto a la ciudad costera de Sirte, en el centro del golfo de su nombre.

Desde su nombramiento el 16 de diciembre de 1969 como jefe del Gobierno libio, manteniendo el cargo de presidente del Consejo Revolucionario Militar, el coronel Gaddafi promovió hasta 4 federaciones con sus vecinos africanos y países árabes más afines y propicios.

El 20 de agosto de 1971 los respectivos presidentes firmaron la federación de Egipto, Libia y Siria. No quedó muy clara esta “unión”, porque el 2 de agosto de 1972 , Egipto y Libia anunciaron su propósito de fusionarse en un solo Estado. Con Túnez, Libia firmó otro acuerdo de fusión el 12 de enero de 1974. Sin embargo, en ninguno de estos tres casos los trámites se llevaron hasta el final. No parece que Gaddafi fuese nunca un aliado cómodo y leal. Y su protagonismo radical e impaciente tuvo que ver mucho en el desvanecimiento de los pactos.

Poco después, a dos sus “socios” los volvió enemigos resentidos. En enero de 1980, comandos tunecinos entrenados en Libia, atacaron desde Argelia, dando un rodeo, el pueblo minero tunecino de Gafsa. Era una incursión de ocupación, que pretendía ser el preludio de un levantamiento general contra el presidente Ahabib Burguiba. La colaboración con los libios de elementos de la Inteligencia argelina, disgustó profundamente al presidente de Argelia, Benjedid Chadli. A su vez, Egipto y Libia sostuvieron en 1977 una brevísima guerra fronteriza, que destruyó los restos de antiguos idilios. Además, Argelia, el otro gran vecino de Libia, sostuvo con ella una sorda competencia por el control sobre la influencia sobre el “Frente Polisario”, protagonizada por las respectivas facciones afines en éste.

Su ejército: Pequeño, no fiable y con enormes arsenales.

Paralelamente, Gaddafi fue acumulando un arsenal del todo desproporcionado a las necesidades del país, al tamaño, calidad y entrenamiento de su ejército y a las posibilidades estratégicas, tácticas y logísticas de Libia. Nunca se fió de su ejército, temiendo que le diera un golpe de estado, como el hizo con el rey Idris. Y lo ha mantenido escuálido y limitado. Si en 1970 tenía unos 30 mil efectivos, actualmente, con una población de 6,5 millones de habitantes, sólo cuenta con 45 mil hombres.

Dos son sus principales armas: los tanques y los cohetes balísticos tácticos. Gaddafi tiene unos 2 mil tanques medios soviéticos, de los modelos T-54, T-55 y T-62. Con ellos es posible equipar a 6 divisiones de tanques. Su artillería coheteril la forman unos 30 cohetes tierra-tierra soviéticos tipo Scud-B. Evidentemente, se hallan lejos de las posibilidades operativas de sus 5 batallones de artillería. El Scud-B entró en servicio en la URSS hace casi 50 años. Montados sobre transportes pesados a ruedas y con un alcance de 250 Km., estos cohetes pueden trasladar una cabeza explosiva atómica táctica para la lucha en el teatro operativo.

Curiosa y significativamente, el coronel Gaddafi siempre concilió muy bien su carácter de devoto musulmán con su amistad con la URSS, que le proveía de asesores y de armas para su ejército. Como complemento necesario del mismo, Gaddafi fue estableciendo unas fuerzas de élite pretorianas, sus milicias populares de la Revolución Verde, y una “Legión Árabe”, que, con una base de elementos libios leales, incorporó elementos yihadistas norteafricanos y del Cercano Oriente, recreando una especie de Legión Extranjera, entrenada, equipada y afín. Va a ser este conglomerado de fuerzas, el que utilice también Gaddafi para dar realidad a su sueño imperial sahariano.

Los libios también aburren a Yamena.

El Chad, país de 1.284.000 Km2. y hoy con 11,2 millones de habitantes de razas négridas, ha padecido continuas luchas intestinas por el control del país desde su independencia en 1960. Éstas se polarizaban entre el sur, con 2/3 de la población, de religión animista o cristiana, que conserva los resortes del Poder, incluyendo Yamena, la capital, antigua Fort Lamy, y el norte, musulmán y despoblado. En 1966 surge el Frente de Liberación Nacional del Chad (Frolinat), que va a operar en el norte del país, apoyándose en su base santuario del oasis de al-Kufrah, al sur de Libia. Coincidiendo con el golpe de Gaddafi las luchas del Frolinat se incrementan, obligando a Yamena a buscar el apoyo militar de Francia. El ejército chadiano contaba con unos 5 mil hombres, integrados en tres batallones de infantería y paracaidistas, cuyo armamento más destacado eran sus morteros de 80 y 120 mms. y los vehículos blindados a ruedas Panhard AML.

En 1973, las tropas libias penetraron temporalmente unos 90 Km. en el desierto de Tibesti, al norte del Chad. Y, en 1975, en una nueva incursión, se apoderaron de una franja fronteriza, habitada por unos pocos nómadas negros, incluyendo los pueblos de Tidemi y Auzu, donde hay importantes yacimientos de mineral de uranio. La base de Shaba, al sur de Libia, desde donde operaban contra El Chad, fue construida y habilitada por sus asesores soviéticos y germano orientales. El Frolinat, apoyado por Gaddafi, fue incluyendo entre sus objetivos estratégicos debilitar la influencia francesa en Yamena e incluir al país en el área geoestratégica de los países árabes norteafricanos. En 1978, ante el avance rebelde, las tropas francesas aerotransportadas tuvieron que intervenir de nuevo. Todo se apaciguó con la creación de un gobierno de concentración nacional, que agrupaba a las 12 facciones cristianas y musulmanas del país, en noviembre de 1979. Pero los recelos entre los “asociados” trasladaron los combates a la propia Yamena. Al final, se impuso la facción pro árabe en el gobierno. Tras la guerra, Gaddafi aseguró que no había enviado tropas al Chad. Y que en la lucha sólo habían participado “voluntarios” de la Legión Árabe. Por cierto, tras la brusca caída de Idi Amin Dada, refugiado en Arabia Saudí hasta su muerte, quedaron atrapados en Uganda varios centenares de estos “legionarios”. Que fueron enviados por Gaddafi para apuntalar el régimen del payasón sanguinario antropófago.

En mayo de 1980 los franceses se retiran del Chad. Y el 15 de junio de ese año se firma entre Libia y el Chad, un Tratado de Alianza y Defensa Mutua. Una brigada de infantería libia, reforzada por un batallón de tanques, penetró en el Chad, se dejó ver en Yamena y, finalmente, se desplazó al norte del país. Como presidente del gobierno chadiano quedó el prolibio Gukuni Ueddei. Y el martes 6 de enero de 1981, se firmó en Trípoli un acuerdo de fusión entre El Chad y Libia. Acuerdo que, como los anteriores citados, acabó pronto.

Gaddafi prueba suerte con el terrorismo internacional.

No consiguiendo novia formal, ni dote provechosa por ningún lado, el feo cara de piedra Gaddafi también probó a usar sus encantos con el terrorismo internacional, casualmente antioccidental. Conocidos, juzgados y sentenciados son sus apoyos, a los terroristas que explotaron una bomba en un avión del vuelo 103 de la Pan Am (Pan American Airlines) sobre la villa de Lockerbie, en Escocia, causando la muerte de 259 personas. Eran todos los pasajeros y tripulantes. También murieron 11 habitantes del pueblo. Tras sus condenas, los dos criminales libios implicados fueron recibidos en triunfo en Trípoli.

El 15 de abril de 1986 se bombardearon las ciudades de Bengasi y Trípoli por orden de Ronald Reagan. El ataque se centró en blancos militares o terroristas y alejados de zonas urbanas, para no dañar a los civiles y minimizar los daños colaterales. Así, fueron blancos prioritarios de los aviones, el campo de entrenamiento de terroristas de al-Jamahiriya, el aeropuerto de Trípoli, los cuarteles de Al’Aziziyah (sede del mando de las Fuerzas aéreas libias y residencia temporal de Gaddafi), el puerto militar de Sidi Balal, y la base aérea de Benina. Este frenazo con marcha atrás imprimió un serio carácter en la psique enturbiada de Gaddafi.

Con el pasar de los años y pese a sus bravuconadas y payasadas, su espíritu expansivo y batallador se fue asentando, sosegando y aplanando. Hacia afuera, mantuvo su política anti israelí, que ha abandonado hace años, y el apoyo nominal a los movimientos revolucionarios de países tercermundistas. Siempre se pueden distraer unos pocos petrodólares para esos chicos antiimperialistas. Últimamente descubrió las delicias del dinero y su utilidad para comprar de todo en el bazar internacional. Y se apoltronó en sus jaimas, protegido por sus amazonas favoritas. Decidido a recuperar el tiempo perdido con las delicias de este mundo. Buscando, sin remedio, que no se le pasase el arroz… Y en estos afanes más vulgares, también le cortó la «meadera», como dicen en Galicia, la revolución social de los países árabes.

Pobre Gaddafi, lo que desea, lo estropea…