Muammar al-Gaddafi

Ayer fue un Mahdí fracasado. Hoy es un Depredador de su Pueblo

Hace 40 años, Libia era un país de beduinos, de tribus sedentarias, de desierto y de petróleo de muy buena calidad. Su población apenas llegaba a los 2 millones de habitantes en un país de 1.748.700 Km2. Era difícil recrear con eso las aventuras imperialistas de los antiguos califas o jefes político religiosos de la Umma o comunidad de universal musulmanes. Así, Gaddafi basó su expansionismo panárabe en la política de alianzas. Donde su figura ejercía una función catalizadora y de importancia muy superior al peso específico del país que regía.

Una política imperialista apresurada, incómoda y fallida.

Desde que en septiembre de 1969 participara en el derrocamiento del rey Idris al-Senussi, el coronel Muammar al-Gaddafi intentó crear y reiteradamente ampliar su Jamahariya o república árabe islámica. Ésta está basada en el Corán, la Sunna del Profeta y la Sharia, según su particular interpretación. Y, sobre todo, en su engrandecimiento a ultranza, empleando un proselitismo agresivo y un expansionismo imperialista. Por cierto, Gaddafi, según expresa su primitivo nombre, procede de la tribu Gaddafa, asentada junto a la ciudad costera de Sirte, en el centro del golfo de su nombre.

Desde su nombramiento el 16 de diciembre de 1969 como jefe del Gobierno libio, manteniendo el cargo de presidente del Consejo Revolucionario Militar, el coronel Gaddafi promovió hasta 4 federaciones con sus vecinos africanos y países árabes más afines y propicios.

El 20 de agosto de 1971 los respectivos presidentes firmaron la federación de Egipto, Libia y Siria. No quedó muy clara esta “unión”, porque el 2 de agosto de 1972 , Egipto y Libia anunciaron su propósito de fusionarse en un solo Estado. Con Túnez, Libia firmó otro acuerdo de fusión el 12 de enero de 1974. Sin embargo, en ninguno de estos tres casos los trámites se llevaron hasta el final. No parece que Gaddafi fuese nunca un aliado cómodo y leal. Y su protagonismo radical e impaciente tuvo que ver mucho en el desvanecimiento de los pactos.

Poco después, a dos sus “socios” los volvió enemigos resentidos. En enero de 1980, comandos tunecinos entrenados en Libia, atacaron desde Argelia, dando un rodeo, el pueblo minero tunecino de Gafsa. Era una incursión de ocupación, que pretendía ser el preludio de un levantamiento general contra el presidente Ahabib Burguiba. La colaboración con los libios de elementos de la Inteligencia argelina, disgustó profundamente al presidente de Argelia, Benjedid Chadli. A su vez, Egipto y Libia sostuvieron en 1977 una brevísima guerra fronteriza, que destruyó los restos de antiguos idilios. Además, Argelia, el otro gran vecino de Libia, sostuvo con ella una sorda competencia por el control sobre la influencia sobre el “Frente Polisario”, protagonizada por las respectivas facciones afines en éste.

Su ejército: Pequeño, no fiable y con enormes arsenales.

Paralelamente, Gaddafi fue acumulando un arsenal del todo desproporcionado a las necesidades del país, al tamaño, calidad y entrenamiento de su ejército y a las posibilidades estratégicas, tácticas y logísticas de Libia. Nunca se fió de su ejército, temiendo que le diera un golpe de estado, como el hizo con el rey Idris. Y lo ha mantenido escuálido y limitado. Si en 1970 tenía unos 30 mil efectivos, actualmente, con una población de 6,5 millones de habitantes, sólo cuenta con 45 mil hombres.

Dos son sus principales armas: los tanques y los cohetes balísticos tácticos. Gaddafi tiene unos 2 mil tanques medios soviéticos, de los modelos T-54, T-55 y T-62. Con ellos es posible equipar a 6 divisiones de tanques. Su artillería coheteril la forman unos 30 cohetes tierra-tierra soviéticos tipo Scud-B. Evidentemente, se hallan lejos de las posibilidades operativas de sus 5 batallones de artillería. El Scud-B entró en servicio en la URSS hace casi 50 años. Montados sobre transportes pesados a ruedas y con un alcance de 250 Km., estos cohetes pueden trasladar una cabeza explosiva atómica táctica para la lucha en el teatro operativo.

Curiosa y significativamente, el coronel Gaddafi siempre concilió muy bien su carácter de devoto musulmán con su amistad con la URSS, que le proveía de asesores y de armas para su ejército. Como complemento necesario del mismo, Gaddafi fue estableciendo unas fuerzas de élite pretorianas, sus milicias populares de la Revolución Verde, y una “Legión Árabe”, que, con una base de elementos libios leales, incorporó elementos yihadistas norteafricanos y del Cercano Oriente, recreando una especie de Legión Extranjera, entrenada, equipada y afín. Va a ser este conglomerado de fuerzas, el que utilice también Gaddafi para dar realidad a su sueño imperial sahariano.

Los libios también aburren a Yamena.

El Chad, país de 1.284.000 Km2. y hoy con 11,2 millones de habitantes de razas négridas, ha padecido continuas luchas intestinas por el control del país desde su independencia en 1960. Éstas se polarizaban entre el sur, con 2/3 de la población, de religión animista o cristiana, que conserva los resortes del Poder, incluyendo Yamena, la capital, antigua Fort Lamy, y el norte, musulmán y despoblado. En 1966 surge el Frente de Liberación Nacional del Chad (Frolinat), que va a operar en el norte del país, apoyándose en su base santuario del oasis de al-Kufrah, al sur de Libia. Coincidiendo con el golpe de Gaddafi las luchas del Frolinat se incrementan, obligando a Yamena a buscar el apoyo militar de Francia. El ejército chadiano contaba con unos 5 mil hombres, integrados en tres batallones de infantería y paracaidistas, cuyo armamento más destacado eran sus morteros de 80 y 120 mms. y los vehículos blindados a ruedas Panhard AML.

En 1973, las tropas libias penetraron temporalmente unos 90 Km. en el desierto de Tibesti, al norte del Chad. Y, en 1975, en una nueva incursión, se apoderaron de una franja fronteriza, habitada por unos pocos nómadas negros, incluyendo los pueblos de Tidemi y Auzu, donde hay importantes yacimientos de mineral de uranio. La base de Shaba, al sur de Libia, desde donde operaban contra El Chad, fue construida y habilitada por sus asesores soviéticos y germano orientales. El Frolinat, apoyado por Gaddafi, fue incluyendo entre sus objetivos estratégicos debilitar la influencia francesa en Yamena e incluir al país en el área geoestratégica de los países árabes norteafricanos. En 1978, ante el avance rebelde, las tropas francesas aerotransportadas tuvieron que intervenir de nuevo. Todo se apaciguó con la creación de un gobierno de concentración nacional, que agrupaba a las 12 facciones cristianas y musulmanas del país, en noviembre de 1979. Pero los recelos entre los “asociados” trasladaron los combates a la propia Yamena. Al final, se impuso la facción pro árabe en el gobierno. Tras la guerra, Gaddafi aseguró que no había enviado tropas al Chad. Y que en la lucha sólo habían participado “voluntarios” de la Legión Árabe. Por cierto, tras la brusca caída de Idi Amin Dada, refugiado en Arabia Saudí hasta su muerte, quedaron atrapados en Uganda varios centenares de estos “legionarios”. Que fueron enviados por Gaddafi para apuntalar el régimen del payasón sanguinario antropófago.

En mayo de 1980 los franceses se retiran del Chad. Y el 15 de junio de ese año se firma entre Libia y el Chad, un Tratado de Alianza y Defensa Mutua. Una brigada de infantería libia, reforzada por un batallón de tanques, penetró en el Chad, se dejó ver en Yamena y, finalmente, se desplazó al norte del país. Como presidente del gobierno chadiano quedó el prolibio Gukuni Ueddei. Y el martes 6 de enero de 1981, se firmó en Trípoli un acuerdo de fusión entre El Chad y Libia. Acuerdo que, como los anteriores citados, acabó pronto.

Gaddafi prueba suerte con el terrorismo internacional.

No consiguiendo novia formal, ni dote provechosa por ningún lado, el feo cara de piedra Gaddafi también probó a usar sus encantos con el terrorismo internacional, casualmente antioccidental. Conocidos, juzgados y sentenciados son sus apoyos, a los terroristas que explotaron una bomba en un avión del vuelo 103 de la Pan Am (Pan American Airlines) sobre la villa de Lockerbie, en Escocia, causando la muerte de 259 personas. Eran todos los pasajeros y tripulantes. También murieron 11 habitantes del pueblo. Tras sus condenas, los dos criminales libios implicados fueron recibidos en triunfo en Trípoli.

El 15 de abril de 1986 se bombardearon las ciudades de Bengasi y Trípoli por orden de Ronald Reagan. El ataque se centró en blancos militares o terroristas y alejados de zonas urbanas, para no dañar a los civiles y minimizar los daños colaterales. Así, fueron blancos prioritarios de los aviones, el campo de entrenamiento de terroristas de al-Jamahiriya, el aeropuerto de Trípoli, los cuarteles de Al’Aziziyah (sede del mando de las Fuerzas aéreas libias y residencia temporal de Gaddafi), el puerto militar de Sidi Balal, y la base aérea de Benina. Este frenazo con marcha atrás imprimió un serio carácter en la psique enturbiada de Gaddafi.

Con el pasar de los años y pese a sus bravuconadas y payasadas, su espíritu expansivo y batallador se fue asentando, sosegando y aplanando. Hacia afuera, mantuvo su política anti israelí, que ha abandonado hace años, y el apoyo nominal a los movimientos revolucionarios de países tercermundistas. Siempre se pueden distraer unos pocos petrodólares para esos chicos antiimperialistas. Últimamente descubrió las delicias del dinero y su utilidad para comprar de todo en el bazar internacional. Y se apoltronó en sus jaimas, protegido por sus amazonas favoritas. Decidido a recuperar el tiempo perdido con las delicias de este mundo. Buscando, sin remedio, que no se le pasase el arroz… Y en estos afanes más vulgares, también le cortó la «meadera», como dicen en Galicia, la revolución social de los países árabes.

Pobre Gaddafi, lo que desea, lo estropea…

EL EJÉRCITO NACIONAL AFGANO II

(CONTINUACIÓN)

Los Soldados del Ejército Nacional de Afganistán.

Su formación militar corre a cargo de las fuerzas armadas estadounidenses. En casi todos los campos de instrucción (boot camps) que proliferan por las provincias afganas, fuera del sur y el este fronterizo, existen una compañía de afganos y un pelotón reforzado de suboficiales y soldados estadounidenses. Estos instructores no son asesores militares. Les explican a los afganos lo que tienen que hacer y les enseñan y corrigen por repetición. Y es muy común que se refieran a los reclutas como “mis o nuestros soldados”.

Con ellos tienen que trabajar con paciencia, simplicidad y método. Para conseguir ir desasnándolos muy poco a poco.

Los nuevos soldados del Ejército Nacional son como niños grandes, vacilones y primitivos. En sus marchas de campo no cesan de hablar o de reir, formando pequeños grupos. Muchas veces son remisos a trabajar los viernes, el día semanal de descanso en Afganistán, o a salir de patrulla de entrenamiento si llueve, para no estropear los uniformes. Al principio, es necesario corregirles una y otra vez, con paciencia y firmeza, la forma de colocarse el casco o de sujetarse las botas de faena. Su pose, típica de los reclutas tercermundistas es cansina y displicente. En las teóricas se suelen aburrir, porque no tienen disciplina ni capacidad de concentración. Las aulas les fatigan y algunos bostezan ostentosamente. Su aparamenta mental les exige ver y experimentar en la práctica, los conocimientos y las destrezas más elementales.

El arma básica del infante o tirador es una de las variantes del Kalashnikov. Hace apenas un año y medio, en mayo de 2009, se comenzó a repartir entre los afganos el M-16 2. Es más preciso y su alcance efectivo, mayor. Pero también es mucho más delicado que el todo terreno Kalashnikov. Son dos conceptos de armas destinados a satisfacer dos conceptos de fuegos ligeros. El último pretende acogotar al enemigo que aún resiste, saturando de balas el área de su posición de tirador. En las primeras demostraciones, algunos reclutas no sabían como empuñarlos. En el “range line”, en posición recostados, muy pocos acertaban algún blanco en las dianas, tras descargar el cargador entero de 20 balas.

Los centros de entrenamiento están dotados de las facilidades elementales de los ejércitos modernos: barracones dignos, comedores comunes, duchas, aseos, intendencias. En esto sí que los soldados afganos se han acostumbrado rápidamente a estas comodidades foráneas y desconocidas.

El Cuerpo de Oficiales afgano.

Son tres las fuentes principales que proveen oficiales para las fuerzas armadas. La primera son las academias generales y especiales de las armas, servicios y apoyos. La segunda son las universidades que imparten determinados planes técnicos y temas militares. Donde se pueden graduar oficiales, especialmente para dirigir las reservas. La tercera es la cantera de los propios soldados aventajados, que pueden ser promovidos sucesivamente desde las filas y desde el cuerpo de oficiales, tras pasar las formaciones complementarias necesarias. Las dos primeras fuentes son en Afganistán veneros insuficientes, de cauces resecos y de resultados inseguros.

El cuerpo de oficiales afganos no tiene, de momento, ni una gran formación, ni una especial dedicación a sus soldados. De hecho, manteniéndose cerca de las líneas institucionales de autoridad y no involucrándose directamente con los problemas de sus hombres, buscan minimizar sus responsabilidades. Esto dificulta la dirección de las pequeñas unidades y su conversión en eficaces unidades de combate. El sistema de informes de eficacia de los oficiales y los reportes sobre la disponibilidad de los medios a su cargo, proceden de una distorsión burocrática importada, que desea observar, medir y trazar todo. Esto traerá inevitablemente la necesidad del retoque de los informes, para hacer aparecer siempre a los oficiales como competentes ante sus superiores. Pero la doctrina de cero errores y deficiencias produce el agostamiento de la creatividad de los oficiales de mando directo. Una consecuencia práctica será su fijación estricta a las órdenes y a los planes. Sin lugar para la iniciativa y la improvisación creativas, dentro de los márgenes de la misión recibida y el objetivo de los superiores en las pequeñas unidades de acción.

Desde hace siglos los ejércitos victoriosos exhiben tres o cuatro características, como soportes institucionales de su actuación: una vocación particular para las armas; un cuerpo de oficiales relativamente pequeño, formado por un 5 a 7% del total de los enrolados; una cierta estabilidad en los destinos de éstos, esencialmente en las unidades de acción, para crear lazos, cohesión y unidades eficaces, sin que ello afecte a su promoción por un tiempo y un código asumible y asumido de virtudes apropiadas.

Algunas Conclusiones.

Sin un cuerpo de oficiales y suboficiales estables y permanentes, capaces de conseguir y mantener un ejército bien entrenado y resistente a los esfuerzos de las operaciones de guerra, las habilidades militares del ejército nacional afgano son muy dudosas. El amateurismo y la lejanía de los cuerpos tampoco facilitan la cohesión de las pequeñas unidades, ya que no se desarrollan los lazos interpersonales necesarios para ello. Se espera que en plazos cercanos al año y medio, el ejército afgano consiga formar unidades de combate efectivas. Aunque los propios estadounidenses reconocieron hace varias décadas, que estos períodos eran demasiado cortos para lograrlo y partían de reclutas más cualificados para ello.

Una de las ventajas de este sistema mixto es la política. Ya que puede ayudar a desarrollar en los reclutas los hábitos de pertenencia a una entidad social superior a su tribu y de respeto y obediencia a la autoridad, al margen del Pashtunwalli. Otra “ventaja” puede ser que así la carga del esfuerzo militar recae sobre los estratos más pobres de la sociedad afgana y no sobre sus magros niveles dominantes.

Las armas son una profesión especial, a veces olvidada por la sociedad o, al menos, descuidada. Sobre todo cuando la oportunidad de su empleo no se vislumbra en un futuro inmediato. No se puede regir esta Institución por los parámetros de competencia y tensión internas, downsizing y outsourcing de funciones secundarias (por ejemplo, cocina, limpieza, lavandería y seguridad de acceso), gestión empresarial y dirección por objetivos, característicos de las grandes y medianas corporaciones. Esto lo intentó el portento de Robert McNamara, como secretario de Defensa del cuestionable JFK, en su reforma de 1960. El resultado se vio unos años después, en plena guerra de Vietnam. Muchas unidades no pudieron confiar en sus jefes natos y bajo el fuego enemigo, colapsaron literalmente y se negaron a luchar. Esta putrefacción institucional llevó a que al menos 1000 oficiales y suboficiales de pequeñas unidades fueran asesinados por sus hombres. Aunque la cifra real podría ser mayor. El número de oficiales muertos en Vietnam fue del orden de los 4500. La historia militar moderna no ofrece otro ejemplo de esta magnitud y trascendencia.

Las Revueltas Árabes

Una revolución social para el progreso

No es nuestra función cansar al lector con la narración de los hechos iniciados en enero. Todos los medios de comunicación los han transmitido y transmiten minuciosamente. Los inalámbricos, de pago y populares, describiéndolos en directo a todas horas. Si bien, los observadores sólo pueden comunicar como testigos de lo que ven en su entorno inmediato. Que está comprendido por apenas unas decenas de metros alrededor. Y El Cairo, por ejemplo, tiene una población de 16 millones de habitantes. Y se extiende por unos 38 Km. a lo largo del Nilo, ocupando unos 510 Km2. Los medios escritos, acompañándolos de análisis y comentarios. Que nos permiten reflexionar sobre su importancia. Y sobre su carácter imprevisto, insólito y rápido, en su desarrollo y en su contagio desde mucha distancia física y política. Intentaremos aquí describir los entresijos sociales, políticos y anímicos de todo lo acontecido. Y ponerlos para el lector en su perspectiva evolutiva.

El Origen Político Social de las Revueltas Árabes.

Los países musulmanes no son proclives a la rebelión contra sus autoridades. La obediencia es una cualidad personal y social muy arraigada en las sociedades islámicas. Se obedece al jeque o jefe de las familias del clan en las cosas referidas al orden social, se obedece al jefe familiar o padre en la familia. Y se obedece y acata la voluntad de Dios, como gesto y rito vital del Islam. Esta obediencia social es enriquecedora y protectora; no es disolvente ni enfermiza por sí misma. En las madrasas, el Corán se aprende de memoria, por recitación continua a lo largo de los años de escolaridad. Y puesto que es la Palabra de Dios descendida de junto a Allah, no hay interpretación ni crítica directa.

Desde el inicio del Islam, los califas, una combinación íntima de las autoridades civil y religiosa, dirigían a la comunidad de creyentes. Y no existía un contrapeso legal a su soberanía. Sólo las autoridades religiosas, singularmente los ulemas y muftíes, podían llamarles la atención en las cosas tocantes a la Fe y las costumbres. El entramado social de los musulmanes está enraizado en las estructuras de las viejas comunidades. Las jerarquías sucesivas de la familia, el clan o vecindario, como conjunto emparentado de familias, y la tribu, como conjunto de clanes afines y asentados en varias regiones, conforman su estructura social. Estructura que define, articula y sostiene los derechos y deberes recíprocos del individuo y de su sociedad.

Corresponde al dirigente y a su oligarquía, dar medios de vida a su pueblo. Bien, proporcionando ellos mismos empleo (administraciones, trabajos públicos y fuerzas de seguridad). Bien, protegiendo a los pequeños y medianos comerciantes, la casta del bazar, que forman el núcleo urbano de las clases “medias” del Islam. Bien, fomentando otros empleos, como los relacionados con el turismo y las peregrinaciones. Esto es más necesario cuanto menor sea el tejido industrial y financiero moderno de esa sociedad. Concretando, las autoridades deben así brindar sosiego a la sociedad y controlar su coste de la vida.

Mientras esto se cumpliese razonablemente, existía un flujo de lealtades y sincero entusiasmo de las clases populares hacia sus gobernantes naturales. Que se conseguía con la identificación anímica por apropiación del pueblo llano con el esplendor y la grandeza de sus jefes. Éstos encarnaban, de modo ideal y simbólico, el “nosotros”. Mientras esta simbiosis de dirigentes y pueblo se mantuviese, éste estaba dispuesto a defenderlos y a nutrir las fuerzas armadas. Pero nadie daría un paso por un gobernante injusto, porque es la negación y la corrupción de su esencia vital.

El Mecanismo Social de las Revueltas Árabes.

El tsunami popular que presenciamos, se extiende por todas las manifestaciones de la vida social, centros de trabajo y de enseñanza e instituciones públicas. Donde se recoge, actúa y vuelve a desbordarse por todas las ciudades. Fluyendo por las calles y represándose y manifestándose en las plazas y junto a los odiados centros de poder de la asustada oligarquía dirigente. Hay una violencia a borbotones y generalizada, no necesariamente cruenta, como reacción pendular contra la pasividad social propia y la explotación tradicional. Es un desquite contra la rapacidad insaciable de los hombres dominadores y extraños a su grupo social. La energía social expresada se sale de madre y los hombres se encuentran haciendo cosas que no siempre estaban bien antes. Pero que ya no pueden dejar de hacer. No hay mucho nuevo bajo el sol. Desde siempre, los jefes de los pueblos los han tiranizado y sus grandes los oprimen.

Los medios de comunicación, singularmente Internet y las redes sociales alojadas en ella, por su flexibilidad y libertad de uso, contribuyen a difundir los hechos. Este fenómeno social se propaga por “simpatía”, como conoce un barrenero. Que es la transmisión y la percepción de los hechos por otras sociedades nacionales. Cuando éstas se encuentran cercanas en la opresión y en sus condiciones de vida y sufren el ninguneo de sus élites rectoras.

Y es necesario un “iniciador”, un fulminante, que arranque el proceso social que se fermenta callado y tranquilo. Para que propague la inquietud, la rabia y la rebeldía, formando “ondas de conmoción” por todo el tejido social. Y sucedió que, a través de las “imágenes inalámbricas”, la fuerza corrosiva de la información directa y continua de hechos dolorosos, hizo mella y demolió ese equilibrio popular con sus gobernantes. Algunos pueblos dejaron de considerar a sus oligarcas como simplemente parásitos o chupones necesarios. Y comprendieron que las causas de su pobreza, de su retraso social, de su subdesarrollo económico, residían en toda la casta gobernante. Que era dirigida, según los países, por el rey o reyezuelo, por el “rais”, por la dinastía al-Assad, papá Hafez e hijo Bashar (desde hace 41 años), por el Mando de la Revolución del “Estado de las Masas” (la Yamahiriyya), etc. Parafraseando a un chino mandarín, diremos que “ha caducado para ellos el mandato del Cielo”.

La causa primaria fue ésa y no otra. En Túnez se revolvió una población mucho más culta y laica, clamando contra la pobreza. En Egipto, donde un tercio de la población es pobre, las aspiraciones se centraban en la libertad política.

Es de destacar que los desórdenes que estamos presenciando no van dirigidos contra el sistema social propio de cada nación. Los 5 rezos diarios que prescribe el Islam fueron cumplimentados con admirable orden por los cientos de miles de hombres y mujeres, que se congregaron el 1 y el 4 de febrero en la plaza de Tahrir de El Cairo. Tampoco los revoltosos dan señales de nuevos apegos políticos radicales. Éstos servirían para canalizar su fuerza social inicial, exuberante y amorfa hacia experimentos más o menos extremistas. Que estarían dirigidos por los radicales religiosos o políticos que existen en todos los países afectados. Sin embargo, las características revolucionarias de la clase obrera industrial se basan en su organización social y solidaridad firme. Que les permite una agitación social consistente y carente de estos picos de “arrebato manifiesto”. Tampoco aparecen en estos acontecimientos musulmanes, esas figuras individuales, con suficiente fama, arraigo nacional o carisma, que puedan aglutinar en torno a ellas a una parte de los ciudadanos, ahora inquietos y desencantados. Mohamed ElBaradei en los momentos actuales puede presentar, como mucho, un programa político sin fuerza social. Y su papel intrínseco puede ser más el de un Kerenski, que el de Garibaldi.

Las Interpretaciones de las Revueltas Árabes.

La fama de volubles que tienen todas las masas, especialmente las acéfalas, se debe al empirismo que preside sus actos de protesta y repulsa. Buscan a un gobernante cabal, que cumpla con sus deberes hacia el pueblo. Y esto no es una forma de anarquismo. Porque la única solución que puede aportar éste es la destrucción de los órganos administrativos y de poder, situados en las ciudades en revuelta. Y que sumiría a sus naciones en el caos, el saqueo, el desabastecimiento, la incertidumbre, la pobreza y la debilidad internacional. Siempre alguien tiene que organizar la sociedad y hacer posible la vida ciudadana. Y así, los objetivos de estas asonadas, por más que sean trascendentes e importantes, sólo pueden ser de cortos plazos. Ya que es necesario volver a los cauces de paz y a las actividades cotidianas. Un 30% de los egipcios está en o ronda la pobreza. Esto quiere decir que malviven al día. Y esto quiere decir que necesitan un suministro continuo, aunque sea exiguo, para su pervivencia. La paralización logística y las alteraciones de vida indefinidas que presenciamos, tienen vitalmente que acabar pronto.

Pero el objetivo esencial de estas revueltas árabes, sí es revolucionario. Porque buscan sustituir un gobierno despótico y lejano, por un gobierno más participativo y democrático. Incluso, para Egipto, Argelia o Túnez, del tipo de la república liberal laica. Que no esté regulada y tutelada por el “rais” o “padre de la Patria” de turno. Pero laica no quiere decir aquí “anti Islam”. Como podríamos pensar, si miramos el laicismo militante y excluyente de la religión, que nos afecta en Europa. Sino, que estaría basada en la separación operativa de la religión y la política, que se circunscribirían a ámbitos más estrictos.

Las actitudes de los gobernantes afectados están siendo dubitativas y desorientadas. Porque están a la defensiva y temerosos, y no tienen experiencia de este problema social, ni de cómo conducirlo a un remanso de actitudes acordadas. Por otro lado, los grupos de revoltosos en los que se articula el movimiento de protesta poseen instintivamente una gran sensibilidad y sintonía con la dialéctica del enfrentamiento antagónico. Y esas actitudes cortas, sin continuidad y contradictorias les dan nuevos impulsos anímicos y mayor osadía de acción a los grupos revoltosos, ostentosos y bullangueros. No existe en éstos ni organización ni disciplina interna o adquirida. Así, el límite de un grupo actual que puede dominar un jefe normal está alrededor de la treintena personas. Reuniones o agrupaciones puntuales mayores les conduce en poco tiempo a escisiones dentro de esos grupos hipertrofiados.

(CONTINUARÁ)