LOS PIRATAS SOMALÍES.

Introducción.

Tradicionalmente, desde que el hombre se civilizó, empezó a dominar a la naturaleza y comenzó a navegar, los piratas fueron y son “los salteadores y bandidos de todos los mares”. Una condición necesaria para su aparición es la “ausencia de un poder constituido, fuerte, decidido y remunerador” en las aguas donde pululan y medran con sus rapiñas. Si no hay poder constituido, las reglas sobre los demás las imponen los piratas. Que cobran su “exacción” arbitraria por el paso de otros barcos por sus aguas. Si el poder es fuerte, pero no es decidido y remunerador (dispuesto a darles lo que se merecen), su capacidad real es nula, para controlar el bandidaje marítimo y erradicarlo. En la práctica, sus características los hace enemigos y rapiñadores de todos. Y un gran peligro para el comercio marítimo y, por lo tanto, para la riqueza de todos los pueblos. De ahí la insistencia de los distintos estados normales, a lo largo de la Historia, para erradicarlos de los mares de su jurisdicción o de su influencia militar o comercial.

Las modernas fragatas españolas lanzacohetes, de las clases F-80 y F-100, las últimas con el sistema estadounidense polivalente y múltiple de control de fuego Aegis son de las más modernas, potentes y eficaces del mundo. Ahora hay 2, la F-86 “Canarias”, botada en El Ferrol en 1995, con 4100 Tms. de desplazamiento a plena carga, y la F-104 “Mendez Núñez”, capaz de seguir y atacar simultáneamente hasta 90 blancos aéreos o marítimos y de superficie, hasta una distancia de 600 Kms., en las costas del sur de Somalía. Vigilando (no se puede decir controlando) desde unos 80 Kms. de distancia, al barco atunero «Alakrana», atrapado por los piratas junto con sus 36 tripulantes españoles y extranjeros. Pero son los salteadores apandillados somalíes: los que llevan la iniciativa, imponen los tiempos, realizan los movimientos y presentan las demandas para la liberación de su presa o para retornar (¿temporalmente?) al “Alakrana” a tres de sus tripulantes. Y no olvidemos que, en Somalía hay que pagar por todo, hasta por vivir.

Encima, quieren estos bandoleros violadores aparecer como corsarios reivindicadores. Defendiendo a su país (¿no se lo habían “cargado” entre ellos?) de la esquilmación pesquera que sufren sus ubérrimos caladeros, a cargo de los pesqueros modernos extranjeros, verdaderas factorías marítimas de capturas y primer procesado de dicho alimento. Los corsarios de toda la vida tenían una “patente de corso”, una autorización legal de un estado constituido, para hostilizar y hacer presa de los buques de sus países enemigos, apropiándose de todo o de parte del botín.

Las características de los piratas y algunas medidas para desactivarlos.

¿Qué cualidades militares poseen y exhiben estos salteadores desharrapados? Son maestros en los ataques por sorpresa, las emboscadas y los abordajes, partiendo de una base operativa cercana (el “nodriza”), que les da amparo, cobijo y apoyo logístico y recolecta la información oportuna transmitida desde tierra. Su orden social les impide tener una dirección unitaria, estratégica y rígida, que les dé mayores ventajas operativas. Aquí, nadie rinde cuentas más que a su grupo, familia amplia o clan, ni atienden a otra cosa que no sea su propia ventaja, utilidad y supervivencia. Carecen de espíritu militar, formación, entrenamiento, motivación y capacidad de resistencia hasta el último momento. Tienen la habilidad natural del depredador asociado, actuando contra presas débiles, inermes o carentes del instinto de resistencia o de supervivencia.

Tradicionalmente, los piratas han utilizado siempre barcos ligeros, muy marineros y relativamente poco armados. Y, al amparo del descuido o de la noche, se han acercado y abordado a su presa, intentando dominarla por la sorpresa, la superioridad brutal y el miedo a las represalias por la resistencia. Muchas veces, el abordaje lo realizaban armados sólo con sables o machetes. ¿Qué buscaban? Seguridad, botín y rescate. Un combate con su presa, produciría daños mutuos, a veces irreparables y siempre onerosos y desaconsejables. Las capturas debían ser lo más incruentas y limpias posibles. Aquellas escenas de andanadas cruzadas entre dos barcos veleros, el filibustero o pirata antillano y el galeón o buque mercante, que veíamos de niños en las películas sobre el Caribe colonial, son tan falsas como atractivas e imaginativas para ellos.

Probablemente, muchos de estos bandoleros de la mar somalíes no tendrían ningún inconveniente en reformarse y recolocarse, con tal de que se les tendiese un “puentecillo” de plata. Esto sólo podría realizarse a nivel internacional, desde alguna organización supranacional, que se decida a actuar. ¿Qué pasa con la OTAN?, por ejemplo. Las normativas jurídicas nacionales e internacionales son prolíficas, profusas, extensas, complicadas y precisas. Porque todo lo tienen que definir y encorsetar en ese lenguaje arcano, sólo inteligible y guardado para la ínfima minoría de iniciados. Y, por tanto, son difíciles de entender y asumir por los profanos, el pueblo en general. Esto todo hace que las decisiones, compromisos, adjudicación y reunión de medios de acción, resulten lentos, tardíos y difíciles de arrancar.

Por otro lado, en este sentido, tampoco interesa foguear a estos granujas, a base de emplear una dureza insuficiente o espasmódica, que los hiciera resistentes y más capaces, sino garantizar la seguridad de las vías marítimas por el Mar Rojo y el extremo occidental del Índico y de los caladeros limítrofes. El bloqueo permanente y efectivo de los puertos somalíes por las potencias europeas es una medida costosa y pasiva. Se arrincona y neutraliza a los piratas: el efecto sobre la operativa de los piratas dura sólo mientras mantenemos la acción. Pero no se les disuade ni se les ahuyenta ni se les reconvierte en ciudadanos trabajadores.

El botín y los beneficios de los rescates se han repartido siempre entre los ladrones del mar, con unos criterios bastante elaborados y claros de justicia, méritos y equidad. ¿Por qué? Porque el único nexo de unión entre los miembros de estas bandas es el beneficio y la protección relativa que el grupo les da. Si el beneficio es acaparado por sus jefes o por los estados padrinos, el interés, que compense el cierto riego que conllevan sus métodos, desaparece. Así, y según el desarrollo social y la sofisticación de estas bandas, se dan premios a los primeros en abordar a la presa, a los que se distinguen en ciertos actos del salto (aprehender al capitán, dominar o terminar la lucha, etc.) y se dan pensiones o, al menos, entregas puntuales a los mutilados y a las familias de los muertos. Y se entregan a todos los piratas, pagas proporcionales en función de su categoría en la banda, aunque no participen directamente en los asaltos. En fin, la justicia distributiva refuerza los vínculos de unión entre los depredadores marinos.

Existe el peligro, por el buenismo de algunos y el seudo progresismo de otros, de que consideremos a estos raqueros (son los piratas que operan cercanos a las costas) somalíes como a unos parias desdichados. Cuando son unos delincuentes sinvergüenzas, aprovechados de todos los derechos que reconoce una democracia desarrollada, pero sin respetar las leyes y los deberes. No se pueden otorgar unos derechos rebosantes, recrecidos y colmados a quienes se comportan cometiendo crímenes abyectos, y pisoteando desconsideradamente los derechos y propiedades ajenos. La democracia operativa se basa en una mayoría de edad moral y cívica de todos los participantes y en un equilibrio responsable, solidario y justo entre sus derechos y deberes personales y sociales.

Algún observador despistado o que llegase de otro planeta, podría pensar que los salteadores somalíes son nuestros amigos, por como los tratamos y respetamos (sin violentarlos para nada). Negociamos con ellos; tenemos barcos de guerra y hombres armados junto a ellos y no los amedrentamos o atacamos. Y hasta nos traemos algunos a casa y los llevamos al médico y nos cuesta un esfuerzo verdadero ponerlos a disposición de la justicia: falta de tipificación jurídica de la piratería, conflictos de jurisdicción, etc.

Al leer las noticias sobre el regateo o negociaciones del gobierno o patrocinadas por él, con los despojadores somalíes, recuerdo lo que le dijo Churchill al premier Chamberlain en los Comunes, cuando éste regresaba ufano de Munich con las “garantías” de paz de Hitler: “Por evitar la guerra habéis caído en la indignidad; ahora tenéis la indignidad y, además, tendréis la guerra”.

Espero que mis queridos y aprovechados lectores puedan, con la anterior exposición, entender el problema y sacar sus conclusiones

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