Introducción.
A primeros de junio de 2014 unos 30 mil soldados iraquíes, acantonados en la provincia de Niniveh, capital Mosúl (2 millones de habitantes), abandonaron sus posiciones y pusieron pies en polvorosa hacia Bagdad. Para poder realizar rápidamente esa “marcha retrógrada” no prevista por el mando, hacia el refugio seguro de la gran urbe iraquí, abandonaron atrás su equipo pesado, tanques y artillería de diversos usos. ¿Qué amenaza real o supuesta sufrieron esos soldados profesionales uniformados, para espantarse de esa manera? Pues el avance al combate sobre la provincia de varios cientos de muyahidines yihadistas salafistas del Estado Islámico de Irak y Levante. Que se trasladaban en vehículos Toyota tipo pick up, sin blindaje y ligeramente artillados con ametralladoras pesadas y algunos cañones de tiro rápido (20 mm). Si bien es cierto que los muyahidines se acercaban al millar…
ENTRENAMIENTO DE LOS MUYAHIDINES DEL EIIL…
Los soldados iraquíes estaban entrenados por los estadounidenses y sus métodos e iban equipados con armas modernas. Los yihadistas se habían casi autoentrenado desde primeros de 2013 y sus armas eran las de una infantería ligera irregular, singularmente los AK, ametralladoras y fusiles de asalto, y los lanzagranadas ligeros RPG-7V, casualmente de diseño patentado ruso. Los muyahidines integraban entonces una fuerza útil inferior a 20 mil hombres en Irak y Siria.
Los iraquíes estaban uniformados, más o menos entrenados en el campo de maniobras y de tiro de infantería, alimentados y pagados. Según el duque de Wellington, esto era suficiente para exigir a los hombres dedicación y entrega: “Soldados, estáis bien alimentados y mantenidos, cumplid ahora con vuestro deber”. Aunque parte de sus pagas fuesen esquilmadas por sus mandos directos, suboficiales, oficiales y jefes. Por ejemplo, como “mordida” para que no ocupasen puestos peligrosos. Además, muchos enrolados sólo lo eran nominalmente, sobre el papel, y las pagas de estos fantasmas se las repartían los mandos. Así, en noviembre de 2014 hubo una reunión especial del Parlamento iraquí para estudiar esta plaga que continua asolando a sus fuerzas armadas: la del “alistado absentista”.
CHIÍES ENTRENANDO…
Pero el resultado de ese mix de formación y equipamiento militares era una apariencia, una entelequia. El ejército iraquí era un simulacro de ejército nacional. Que servía para patrullar por zonas benévolas; desfilar; mantener el orden público frente a delicuentes y bandidos, sobre los que actuaba empleando una abrumadora superioridad de medios; y apoltronarse en los acuartelamientos, mucho mejores que la mayoría de las casas familiares iraquíes de adobe y mampostería. El número de sus efectivos era el mesmérico, infalible y omnipresente de unos 200 mil, en el organigrama del orden de batalla del ejército. Que son los mismos recetados por los altos mandos militares estadounidenses y ratificados por el presidente, para integrar y servir eficazmente en el Ejército Nacional Afgano.
Pero, ni el entrenamiento, ni el equipamiento, ni la soldada son suficienes para convertir a unos hombres en soldados cabales. Su cuerpo de oficiales no se nutre de la universidad, de una escuela oficial acreditada y con cierta solera o de un ascenso meritorio de la excelencia de los suboficiales. Y su cuerpo de suboficiales se nutre de entre los mejores de una recluta general poco formada, torpe y desganada y de los más afines al clan local. Así, la vertebración de los soldados en torno a sus mandos naturales, para realizar las misiones y soportar el esfuerzo, las penurias, la incertidumbre y los peligros del ejercicio de su profesión, es imposible de lograr. Los soldados y los suboficiales no están convencidos de que no van a ser “dilapidados” por sus jefes, ante los peligros y según sus conveniencias, frente a enemigos armados brutales y dispuestos a morir. NI confían en la profesionalidad de sus respectivos mandos. Para tener la seguridad de que, obedeciéndoles y siguiéndoles es como asegurarían sus vidas en los trances bélicos y podrían triunfar.
El que esto es un mal crónico, de muy difícil desarraigo y corrección, lo podemos corroborar en el ejemplo de la ocupación de la capital de la provincia de Anbar en mayo de 2015 por el Estado Islámico. Aquí también, en una acción de asalto rápida y contundente, los muyahidines de Allah ocuparon la ciudad de al-Ramadi en unas horas de tiroteos esporádicos. Ganando en ellos la supremacía del fuego y escurriéndose por los flancos de las posiciones hilvanadas de los militares iraquíes. Por fin, una tormenta de arena, de efectos semejantes a los humos y nieblas de la lucha moderna, los ocultó de las vistas de los soldados. Y debió de convertir a los irregulares yihadistas en “fieras fantasmagóricas” para ellos. Así, todos los soldados salieron también, como en Mosúl, pies en polvorosa de al-Ramadi, buscando el refugio y la salvacioón en la cercana Bagdad. La primera petición de ayuda del gobierno chií de Irak a los estadounidenses fue que les enviaran 1500 lanzadores individuales antitanques. Pero, no sabemos bien para qué, puesto que el Estado Islámico carece de fuerzas blindadas como tales. Y sus Toyotas pick up son vulnerables al simple fuego de las ametralladoras, que tienen un mayor alcance efectivo que dichos lanzadores de carga hueca manuales. Este nuevo saliente o proyección del Estado Islámico al oeste de Bagdad tuvo que ser contenido por una nueva fuerza enviada por los estadounidenses, de 400 marines al general de 4 estrellas James Terry. Que formó una posición de defensa, un cerrojo perpendicular al posible avance de los muyahidines, en Taqaddum, a unos 25 Km. al este de al-Ramadi. Donde el ejército iraquí dice estar entrenándose y concentrando efectivos para recuperar esa capital desde entonces.
MARINES U.S.A ENTRENANDO…
Como parte de un ejército aficionado a medir todo (lo que no se puede medir, no existe), los militares estadounidenses observan y controlan (monitoring), miden y registran el “progreso” de los soldados iraquíes en formación. Existen más de 75 habilidades individuales desmenuzadas, precisas e identificadas, que son necesarias para que los soldados desempeñen correctamente sus funciones y puedan sobrevivir a los peligros, imprudencias y condiciones de combate. Utilizan para ello los “check list” y las comprobaciones y verificaciones adaptadas al caso, que han ido desarrollando y perfeccionando con sus propios reclutas. El problema es que estos reglajes pueden determinar el comportamiento mecánico de un hombre como parte del colectivo militar y su “marksmanship in the range” o eficacia en el campo de tiro. Pero no reflejarán nunca cómo se comportarán en combate, ante la presión del enemigo, la evolución inesperada, la incertidumbre, el miedo, el aislamiento y la pérdida de confort. Ni cuál es su lealtad a sus jefes y a la pequeña unidad o cuánto están motivados anímicamente para cumplir sus nuevos deberes militares.
(CONTINUARÁ)