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En Irak, los futuros suboficiales son entresacados entre los sucesivos grupos u hornadas o lotes de reclutas que son alistados. Es importante señalar que la paga garantizada es el principal argumento de alistamiento, en un país asolado por la guerra, las sucesivas olas de destrucción sufridas y la desestructuración nacional. Los iraquíes también tienen “corazones y mentes”, los cuales deben ser convencidos y ganados, para que defiendan a su joven país y su inestable y corrompido régimen político, frente a las fuerzas disolventes que lo amenazan. Y la corrupción por sí misma no es razón suficiente para rehuir defender y ayudar al régimen iraquí. La corrupción es general, tradicional, arraigada y omnipresente en toda la región geopolítica árabe: desde el norte de África a las fronteras de la India. Sadam Hussein, el partido Baaz y su régimen estaban asentados en el clientelismo, el copago y el terror selectivo contra los enemigos internos, tanto reales como potenciales o estimados. Con la religión (variedad sunní) y los comunes orígenes tribales como criterios de selección, para que el personal comenzase a medrar en las estructuras estatales. Y sobrevivieron a dos guerras exteriores, una larga contra Irán y otra contra una coalición aplastante de países modernos en 1.991, y a varios intentos armados de rebeliones internas étnicas y religiosas.
Los suboficiales iraquíes no se sienten como un cuerpo profesional y selecto y aparte de los reclutas, ya que su origen, necesidades y aspiraciones son comunes. En todo caso, si se segregan de éstos es más por vana superioridad y exhibición de poder fatuo, que por razones objetivas. Pero esta lejanía malsana es percibida claramente por los hombres y perjudica la cohesión y la capacidad combativa de las pequeñas unidades. En efecto, son 3 las características o cualidades que los soldados esperan de sus suboficiales, como jefes inmediatos natos: 1) Las tropas siempre tienen que creer que los suboficiales se preocupan realmente por ellos. Y que harán lo posible para facilitarles la vida y para no dilapidarlos en la batalla. 2) Los soldados deben conocer que sus suboficiales cuidan de ellos. Si sienten que sus jefes abusan de ellos o los utilizan mal, se volverán indisciplinados y pensarán que no merece la pena seguirlos. 3) Los soldados tienen que confiar en la competencia profesional de los suboficiales. Éstos tienen que tener un juicio militar claro, definido y solvente en las batallas y en las misiones. Sus tropas tienen que reconocer que si los siguen, sus oportunidades de supervivencia y, luego, de triunfo, son tan buenas, al menos, como las de aquéllos.
Los intereses de los oficiales y suboficiales están profundamente enraizados en los de sus familias y clanes, en sus etnias y patrias chicas. Para construir progresivamente, desde los clanes hacia arriba, una entidad regional y, luego, una nacional, hay que crear lazos y relaciones consistentes de progreso y seguridad, que los aglutinen poco a poco. Con ello se irá formando una “moral nacional”, un sentido de pertenencia a una unidad social superior, que respete y garantice sus derechos, a cambio de unas obligaciones sociales y les ofrezca un futuro de paz, utilidad, bienestar y progreso. La estructura social nacional iraquí es escasa, regional y pobre. Así, los oficiales y suboficiales iraquíes no pueden comprometerse voluntaria, seria y debidamente con un ejército en la defensa del régimen nacional. Que está colocado como una superestructura de escasa vitalidad, sobre las redes sociales centenarias del país. Pensando algunos que, simplemente por ello, ya pudiese sustituirlas eficazmente. Incluso un injerto debe tener una cierta afinidad y cercanía biológica con el patrón o pie receptor, para que prospere a su debido tiempo.
No es de esperar que los suboficiales, tanto los de mando directo de los hombres como los de la escala superior, puedan desempeñar cabalmente su cometido. No creemos que lleguen al 15% del total, los que puedan ser considerados como buenos, tanto por los oficiales como por los soldados. Esto crea una debilidad estructural, un vacío existencial, en las capacidades militares del ejército iraquí en la lucha contra las milicias sectarias sunníes y chiíes y los irregulares del EISL. Estos tienen una fuerte y fanática motivación religiosa y un compromiso con sus misiones. Su diferencia de capacidad militar, la compensan con su compromiso de utilizar los hombres necesarios en las misiones decididas. Y encuentran suficientes adeptos para llevar a cabo las misiones suicidas. Pocas sociedades han tenido o tienen guerreros capaces de autoinmolarse para matar y mutilar a sus enemigos. Y, generalmente, sin perspectivas de victoria, sino buscando el fruto inmediato de su sacrificio personal. Que lleva, eso sí, como seguro de muerte un premio imperecedero. Los aviadores soviéticos, agotadas las municiones o el combustible, embestían a veces contra los aviones alemanes durante su Gran Guerra por la Patria. Los “kamikazes japoneses”, el “viento divino” protector de las islas contra la invasión mongola, se sacrificaban para compensar la supremacía militar e industrial estadounidense, en aras del código de honor shintoista y de la voluntad del Dios-Emperador. Pero los hombres del ejército iraquíes tienen aún una motivación débil e imperfecta, y tienen una formación y un entrenamiento militares demasiado someros y precipitados. Sus armas estadounidenses son juguetes tecnológicos para los soldados de mentira.
Hay tres fuentes principales que proveen oficiales para las fuerzas armadas. La primera son las academias generales y especiales de las armas, servicios y apoyos. La segunda son las universidades que imparten determinados planes técnicos y temas militares. Donde se pueden graduar oficiales, especialmente para dirigir las reservas. La tercera es la cantera de los propios soldados aventajados, que pueden ser promovidos sucesivamente desde las filas y desde el cuerpo de suboficiales, tras pasar las formaciones complementarias necesarias. Las dos primeras fuentes son en Irak veneros insuficientes, de cauces resecos y de resultados inseguros.
El cuerpo de oficiales iraquíes no tiene ni una gran formación, ni una especial dedicación a sus soldados. De hecho, manteniéndose cerca de las líneas institucionales de autoridad y no involucrándose directamente con los problemas de sus hombres, buscan minimizar sus responsabilidades. Esto dificulta la dirección de las pequeñas unidades y su conversión en eficaces unidades de combate. El sistema de informes de eficacia de los oficiales y los reportes sobre la disponibilidad de los medios a su cargo, proceden de una distorsión burocrática importada, que desea observar, comprobar, medir y trazar todo. Esto trae inevitablemente la necesidad del retoque de los informes, para hacer aparecer siempre a los oficiales como competentes ante sus superiores. Pero la “doctrina de cero errores y deficiencias” produce el agostamiento de la creatividad de los oficiales de mando directo. Una consecuencia práctica es su fijación estricta a las órdenes y a los planes, dentro de los márgenes de la misión recibida y el objetivo de los superiores a las pequeñas unidades de acción. Y deja sin lugar a la iniciativa y la improvisación creativas imprescindibles.
Desde hace siglos los ejércitos victoriosos exhiben tres o cuatro características, como soportes institucionales y “marchamos” de su actuación: una vocación particular para las armas; un cuerpo de oficiales relativamente pequeño, formado por un 5 a 7% del total de los enrolados; una cierta estabilidad en los destinos de éstos, esencialmente en las unidades de acción, para crear lazos, cohesión y unidades eficaces, sin que ello afecte a su promoción por un tiempo; y un código asumible y asumido de virtudes apropiadas, que fijen y templen los caracteres y las actuaciones.
Sin unos cuerpos de oficiales y suboficiales estables y permanentes, capaces de conseguir y mantener un ejército bien entrenado y resistente a los esfuerzos de las operaciones de guerra, las habilidades militares del ejército iraquí serán muy dudosas. El no compromiso y la lejanía de los mandos tampoco facilitan la cohesión de las pequeñas unidades, ya que no se desarrollan los lazos interpersonales necesarios para ello. Se espera que en plazos cercanos, el ejército iraquí consiga formar unidades de combate efectivas. Aunque los propios estadounidenses reconocieron hace varias décadas, que los períodos teóricos de formación eran demasiado cortos para lograrlo y ellos partían de reclutas más cualificados para ello. Es de destacar, la dificultad de adaptar o iniciar a los hombres al combate real. Incluso, las unidades de combate de élite en sus primeros combates, al recibir algunas bajas, quedan generalmente fijadas al terreno y su intención primera es la evacuación de los heridos. Y solicitar inmediatamente el apoyo del fuego pesado. Esta “mentalidad” de lucha la presentan los ingleses, los estadounidenses y los soviéticos, por citar algunos ejércitos de los que hay referencias claras de sus oficiales y analistas del conflicto. Y es de esperar que los iraquíes también exhiban este “estilo” de lucha durante un tiempo penosa y desesperadamente largo.
Las armas son una profesión especial, a veces olvidada por las sociedades modernas o, al menos, descuidada. Sobre todo cuando la “oportunidad” de su empleo no se vislumbra en un futuro inmediato. Siempre se escatima a la Defensa el presupuesto digno y, aún, el necesario. No se puede regir esta Institución por los parámetros de: competencia y tensión internas; downsizing y outsourcing de funciones secundarias (por ejemplo, cocina, limpieza, lavandería y seguridad de acceso); gestión empresarial y dirección por objetivos, que son característicos de las grandes y medianas corporaciones. Esto lo intentó Robert McNamara, secretario de Defensa de Kennedy, en su reforma de 1.960. El resultado se vió unos años después, en la guerra de Vietnam. Muchas unidades de combate no pudieron confiar en sus jefes natos y bajo el fuego enemigo, colapsaron literalmente y se negaron a luchar. Esta putrefacción institucional, de la que todos los hombres eran víctimas, llevó a que al menos 1.000 oficiales y suboficiales de pequeñas unidades fueran asesinados por sus hombres. Y la cifra real y no demostrable podría haber sido mayor.