La Democracia, como Sistema Político perfectible. 2ª Parte.

(CONTINUACIÓN)

 

Funcionamiento teórico de los Regímenes modernos. Los Partidos Políticos.

El régimen político de un país es su modo de gobernarse y regir su cosa pública. Existen dos tipos de regímenes: los pluralistas o democracias liberales o democracias occidentales y los monolíticos o dictaduras, sean o no ideológicas. Los partidos políticos aparecen cuando se produce la participación popular en el proceso de las decisiones públicas. Su origen, en los países occidentales, se sitúa a finales del siglo XIX. Cuando esa actuación por delegación popular no se produce, surgen los partidos de pega o dictatoriales, aparentando unas libertades inexistentes. Estos “partidos únicos” se caracterizan por tomar por sí mismos las decisiones públicas, sin ninguna fiscalización ni cortapisa. Son también normalmente “partidos radicales intransigentes” o PRIs.

Resultado de imagen de partido totalitarios Hacia el «pueblo» y siempre sin el Pueblo.

El estado garantiza el cumplimiento de los principios básicos y hace posible las relaciones sociales de todo tipo. Y cuando éstas toman una dirección de antagonismo violento, el estado debe intervenir para corregirla y mantener la unidad funcional y armónica de su sociedad. Los estados modernos democráticos se basan en la premisa, aceptada desde hace unos pocos decenios, de que todos los ciudadanos son iguales ante la ley y tienen los mismos derechos y obligaciones. Otra virtud política, admitida desde hace menos tiempo aún, es que los bienes que la sociedad produce deben ser repartidos a todos. Cumpliendo los principios de premiar los esfuerzos, los riesgos y el conocimiento, que las cargas incidan más en los más pudientes y que a los desfavorecidos se les ayude especialmente.

La antigua división de los “poderes públicos” entre legislativo, ejecutivo y judicial, está derivando en los últimos lustros hacia un “poder del Estado”. Éste está encargado de legislar y gobernar, y es regido por el “jefe” del partido elegido. Poder público que es controlado o fiscalizado por la oposición política y los medios de comunicación. Las democracias pueden ser de dos tipos. Son presidencialistas, cuando su “jefe” es elegido directamente por el pueblo. Y son parlamentarias, cuando los electores, al votar sus “representantes a las cámaras”, saben que también lo hacen por el “jefe” de su partido, para el cargo de presidente del gobierno o primer ministro.

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Es normal y deseable en muchas ocasiones, que los ciudadanos tengan diferentes puntos de vista acerca de cómo se ha de dirigir una nación y cuál es el orden de prioridad de las necesidades a atender por el estado. Así, un partido político es mucho más que un “grupo de presión”, como un lobby o un sindicato. Es realmente un órgano público de la democracia moderna. Los partidos ofrecen a los electores que, si son elegidos, gobernarán según su ideología y aplicando su último programa.

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En el gobierno por los partidos resulta fundamental la forma de adjudicarles los votos primarios que reciben de los ciudadanos. Se pueden acumular a nivel nacional los votos recibidos. Aunque generalmente se divide al país en circunscripciones electorales. Con lo que se otorga un peso determinado en los resultados, a las distintas zonas geográficas o demográficas del país. En estas “zonas electorales” se pueden adjudicar los elegidos con diferentes fórmulas, proporcionales a los votos recibidos por cada partido. Y, en áreas más pequeñas o menos pobladas, se puede nombrar representante local a la cámara al candidato del partido más votado, excluyendo a los otros. Como todas las fórmulas electorales son imperfectas, con sus beneficios y penalizaciones según las características de las circunscripciones, los partidos no se ponen fácilmente de acuerdo para cambiar o modificar las vigentes.

Los problemas de las democracias liberales.

El propio Montesquieu reconocía que las virtudes republicanas o ciudadanas sólo existían en los relatos de la Antigüedad. Así, resultaban atractivas para una minoría dirigente o pensadora. Pero su adopción por los ciudadanos no podía hacerse solamente por mandato legal. Los valores morales ciudadanos propuestos por las revoluciones liberales y ejemplificados en el grito de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, se veían también como algo artificial y remoto. Sin conexión real con un código moral práctico, conocido y asumido. Y, sobre todo, con ejemplos vivos que pudieran seguirse por las personas.

Sin ilusión y entusiasmo no se pueden emprender ni realizar empresas de provecho. Enfrentándose a la inercia y a las dificultades diferentes que todo proceso creativo tiene, y superándolas. El entusiasmo es una fuerza del espíritu, iluminada por una “ilusión razonable”. Que vence, específicamente, a la entropía moral e ideológica generada casi inevitablemente en todas las sociedades a lo largo de un período suficientemente largo de su historia.

El proceso natural de creación de una “moral nacional”, como sentido correcto de la vida en común, siguiendo las corrientes adecuadas de paz, progreso, satisfacción propia, servicio y justicia, es incluso desconocido por muchas sociedades occidentales. Las cuales han perdido hoy en día muchos de sus reflejos instintivos de desarrollo social y aún de pervivencia. Decía Juan Vázquez de Mella Fanjul que ningún pueblo moral (yo diría que con una sana “moral nacional”) ha soportado tiranías. Pues esta “peste de las sociedades” se alimenta y extiende y afianza sus raíces en la degeneración o el estiércol de ellas.

A ello han contribuido dos grandes desventajas morales que padecen las democracias liberales. Su inmensa y dedicada producción de bienes y servicios, que ha crecido de forma exponencial en las últimas décadas, alejan al pueblo consumidor y productor de las virtudes (los valores permanentes sociales) del esfuerzo y la sobriedad, de la espera de la recompensa. E, incluso, altera el necesario equilibrio entre los deberes y derechos personales y sociales. Ha surgido el homo economicus, como personaje definitorio de esta época. Destinado a producir y consumir bienes y servicios y a acrecentar, un poquito con cada operación económica, la riqueza de los plutócratas.

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La otra desventaja moral es el alejamiento social del mantenimiento y del cultivo de los valores y virtudes. Éstas últimas son las “bondades y cualidades” humanas de referencia, apreciadas y valoradas permanentemente por las sociedades. Las virtudes humanas son muy estables en el tiempo. Los valores son las “cualidades y bondades” humanas, estimadas de forma temporal y/o local por algunas sociedades o grupos humanos. Y, principalmente, en virtud de su idiosincrasia, condiciones de vida y presiones recibidas desde el exterior. Los valores culturales y sociales suelen ir evolucionando con las contingencias, los desplazamientos y las fortunas de las sociedades humanas. Por ejemplo, para los blancos de Suráfrica, la beligerancia activa fue un valor cultural y social necesario e imprescindible durante décadas. Para mantener su independencia y su dominio, frente a la mayoría negra en la que estaban embebidos.

Las virtudes son aportadas principalmente por las religiones más elaboradas, y por los discursos de Cicerón y los Diálogos de Platón, dentro de nuestra extensa cultura occidental. Hay que citar también la función esencial de “mando, gestión, impulso y ejemplo” de los dirigentes sociales de todo tipo, presentes en los hogares las escuelas, las iglesias, los partidos políticos, los cuarteles, los sindicatos, los centros de trabajo, las asociaciones en general, etc. Éstos son los núcleos de la actividad colectiva de la sociedad, donde se crean los vínculos humanos recíprocos de la sociedad superior. Donde se asentarán y florecerán después “la ilusión y el entusiasmo” imprescindibles. En épocas de cambio o difíciles, aquéllos deben acentuar más su ejemplo. Porque, los valores y las virtudes nunca son dictados desde una “supuesta cúspide moral e intelectual” de la sociedad.

FINAL.

La Democracia, como Sistema Político perfectible.

La democracia es el menos malo de los sistemas políticos que existen”. Esta frase de un estadista como Winston Churchill, que ya era ex-primer ministro de la Gran Bretaña y pronunciada ante la Cámara de los Comunes el día 11 de noviembre de 1947, parece corroborar la bondad y la oportunidad de la democracia, como “sistema político global” para la Humanidad.

La democracia actual lleva implantada en el mundo occidental, Europa Central y Occidental y América, desde el final de la Edad Moderna. La revolución estadounidense, la revolución francesa y la revolución industrial y el desarrollo científico, que propiciaron la especialización del trabajo, la concentración y el empleo del capital o medios de producción y la mecanización de los procesos fabriles, marcan cualitativamente el comienzo de la Edad Contemporánea. La vigencia de la democracia moderna son apenas un par de siglos o muchos decenios. Es aún corta, si la medimos en los tiempos históricos humanos.

Orígenes históricos de nuestra democracia.

Los historiadores y políticos actuales sitúan su origen en la Grecia antigua. Lo que no suelen decir casi todos, especialmente los últimos, es que la democracia griega funcionaba solamente para los ciudadanos de las polis. Todos los ilotas griegos, que eran al menos tantos como aquellos, estaban excluídos de participar en esas “democracias” o gobiernos de los pueblos.

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Además, las urbes griegas, separadas entre sí por sus montañas y por sus identidades sociales excluyentes, fueron incapaces de idear y tener un destino único. Y se enzarzaron durante decenios en luchas entre ellas, que las debilitaron absurdamente. Apenas se aliaban, durante un tiempo, cuando los persas de Darío (490 a.C.) o de su hijo Jerjes (480 a.C.) aparecían por el Helesponto (hoy, el estrecho de los Dardanelos) y por el mar Egeo, para atacarlos y subyugarlos. Y, al final, en la batalla de Pidna (168 a.C.), Roma los venció e incorporó a su imperio. Ese combate fue sostenido sobre las irregularidades de un terreno montañoso suave, que impedía la continuidad y, con ello, la fortaleza de las falanges griegas. Y los romanos emplearon sus manípulos, al mando de sus respectivos centuriones, maniobrando individuamente y desbordando, dividiendo y batiendo a esas fortalezas semiestáticas helenas.

Como ejemplo de los valores y usos democráticos de Atenas, quizás la polis más representativa del sistema político heleno, citaremos el caso de su general Arístides (540-467 a.C.) Los ciudadanos tenían el derecho a condenar al destierro, una vez al año, al hombre de estado que consideraran conveniente. Si se pronunciaban 8 mil votos escritos en una concha, adversos al personaje en cuestión, éste era desterrado de Atenas sin más argumentos. Se cuenta que se dirigían a votar Arístides y un ciudadano iletrado, que no lo conocía personalmente. Éste le pidió a Arístides que le escribiera Arístides en su concha. El general solamente le preguntó el por qué. Y el ateniense le respondió: “es que me molesta que le llamen “el Justo”. A pesar de sus virtudes ciudadanas y militares, Arístides fue condenado al ostracismo en esa votación.

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La evolución sociológica de las tribus al estado nacional.

Las tribus funcionaban o pueden funcionar social y políticamente como una “nación en ciernes” en situaciones de aislamiento, pobreza estructural, autoridad central precaria. Y tenderán a debilitarse cuando los beneficios de las estructuras étnicas y tribales, regionales y locales fueran o sean superados por los aportados por el sheik o emir dominador o el estado central déspotico o democrático. Y éstos tuviesen o tengan los medios de coacción, el respeto y la ascendencia populares, para mantener suficientemente unidas y cohesionadas a las tribus. Y siguiendo los estados una política general común, favorable a la mayoría de los ciudadanos. Donde no tenga lugar la acepción de clanes. Que es el cáncer que ha corroído a las uniones tribales estatales, por ejemplo, en Somalía o en Sudán del Sur. Donde, además, ha faltado la figura suficientemente ejemplar y apoyada, como para conseguir imponer una política nacional común y la paz social.

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La estructura social estatal surge cuando una tribu puede imponerse a las otras existentes. Empleando siempre para ello un grado variable de coacción o violencia. Es necesario que surjan unas características o funciones, que permitan desarrollar los nuevos lazos intraestatales y debilitar los tribales y regionales. Aquéllas podrían ser el Islam (religión sencilla y muy socializada en la Umma, como ocurrió tras la muerte de Mahoma); la educación generalizada, que genere un cambio o suave ruptura de mentalidad y modifique la cultura, sin crear traumas sociales, y especializada, como medio de vida y progreso; la inversión en infraestructuras y capitales; el establecimiento de un sistema político, que pueda guiar y realizar todo el proceso, apoyándose en un funcionariado civil y militar suficiente y probo. Buscando el desarrollo económico progresivo y repartiendo razonablemente los productos obtenidos. Y mostrando así unas posibilidades suficientes de seguridad, justicia, bienestar, prosperidad y paz para todos. Es decir, se trata de resaltar las ventajas del desarrollo integral y superior, sobre el atasco del juego social de tribus y clanes, como estructura anterior superable.

Otro de los vicios que han adquirido los miembros “civilizados” de las tribus es la codicia desmedida. Y con ella, su corolario y su modo fácil de satisfacerla, la corrupción rampante. La igualdad social en las tribus, su “republicanismo ideológico”, garantizaba el uso y disfrute razonable de los recursos por todos los miembros. Y el zakat o limosna canónica musulmana y el apoyo de su colectivo suplían los casos de orfandad, enfermedad, etc.

Las aristocracias despóticas. Su perdurabilidad y su caducidad.

Estos sistemas políticos constituyen y también fueron durante muchos siglos, regímenes sociales semi eficaces y aceptables. Ambas características están conectadas en una “ecuación social”, que medirá cualitativamente la viabilidad del régimen. Ninguna de las dos cualidades son ideales en la práctica. Siempre serán más o menos suficientes y perfectibles. Y se da una condición en su acción sinérgica: cuando el régimen en cuestión no es suficientemente aceptable (con tiranía, corrupción, despotismo, clientelismo), tampoco es eficaz en su gestión administrativa y social.

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Llevando entonces a la revolución y a la revuelta sociales, que, al ser conflictos civiles armados, tienden a ser dolorosos, incluso crueles, y prolongados, lo que aumenta las pérdidas en bienes y personas. Y fractura durante un tiempo largo a la sociedad que los sufrió.

Veamos un ejemplo de este tipo de régimen, regido desde arriba hacia abajo, y que ha perdurado en el tiempo mucho más que las democracias.

El entramado social de los musulmanes está enraizado en las estructuras de las viejas comunidades. Las jerarquías sucesivas de la familia, el clan o vecindario, como conjunto emparentado de familias, y la tribu, como conjunto de clanes afines y asentados en varias regiones, conforman su estructura social. Estructura que define, articula y sostiene los derechos y deberes recíprocos del individuo y de su sociedad.

Resultado de imagen de solimán el magnífico Solimán el Magnífico.

Los países musulmanes no son proclives a la rebelión contra sus autoridades. La obediencia es una cualidad arraigada en las sociedades islámicas. El Islam quiere decir sumisión a Allah. Desde el inicio del Islam, los califas, una combinación integral de las autoridades civil y religiosa de la sociedad, dirigían a la comunidad de creyentes, la Umma. Que era sostenida por la Sunna, la Tradición y la Revelación de Allah. Y no existía un contrapeso legal a su soberanía. Sólo las autoridades religiosas, singularmente los ulemas o ideólogos del Islam y los muftíes o sus jurisconsultos, podían llamarles la atención en las cosas tocantes a la Fe y a las costumbres.

Corresponde al dirigente musulmán y a su oligarquía, dar medios de vida a su pueblo. Bien, proporcionando ellos mismos empleo (administraciones, trabajos públicos y fuerzas de seguridad). Bien, protegiendo a los pequeños y medianos comerciantes piadosos, la “casta del bazar”. Que forman el núcleo urbano de las clases “medias” del Islam. Bien, fomentando otros empleos, como los relacionados con las peregrinaciones y, hoy en día, el turismo. Esto es más necesario cuanto menor sea el “tejido industrial y financiero” de la sociedad. Las autoridades deben brindar sosiego a la sociedad y controlar su coste de la vida.

Mientras esto se cumpliese razonablemente, existía un flujo de lealtades y sincero entusiasmo de las clases populares hacia sus gobernantes naturales. Que se conseguía con la identificación anímica, por apropiación, del pueblo con el esplendor y la grandeza de sus jefes. Éstos encarnaban, de modo ideal y simbólico, el “Nosotros”. Mientras esta simbiosis de dirigentes y pueblo se mantuviese, éste estaba dispuesto a defenderlos y a nutrir las fuerzas armadas. Pero nadie daría un paso por un gobernante injusto, porque es la negación y la corrupción de su esencia y sus funciones vitales.

Resultado de imagen de al assad putin ¡Cómo se quieren…! ¡Cuánto se utilizan…!

Así, en Siria, el gobierno dinástico de los Hafez y Bashar al-Assad y su aparamenta política han dejado de formar hace mucho tiempo un régimen nacional. Ya que no representan, ni defienden, ni integran los intereses particulares y colectivos de su nación. Ahora sólo abanderan y protegen a los miembros de la amplia oligarquía socio religiosa, que acapara y distribuye, en distintos grados, el poder institucional, social y económico de Siria, cada vez más deteriorado. El régimen sirio está cristalizado, sin fluidez, tanto social como ideológicamente. Y se ha convertido en la cáscara de un “fruto socio político”, agostado, estéril y vacío. Permanece en el Poder, gracias a las ayudas militares de Irán y Rusia, que son potencias regionales ambiciosas. A las que Siria les puede resultar muy onerosa, tras la guerra, para lograr su recuperación socio económica. Rusia, con afanes de gran potencia, por su arsenal nuclear, sólo encuentra aliados desestructurados y esquilmados.